domingo, junio 13, 2004

Crónicas desde el ring de un taller literario (incluye sesión detrás de las cámaras antes y después de la lucha)

Llego a la colina y lo primero que hago es quitarme estos zapatos sacaojos. Después me quitaré todo lo demás: la capa, las mallas, el cinturón, la máscara, todo, todo, hasta desollarme. Me arden las vísceras, arde mi casa y he de huir porque no tengo a mano el número de los bomberos y porque hoy es día de lucha libre y si no aplico la urracarrana y el torniquete, no habrá catarsis. Pero sobre todo, si no voy a la función de lucha, me voy a quedar girando sobre mi piel tirada sobre el sillón. San To llamando a Lunave, la misión es impostergable.
Llevo conmigo los zapatos de Beatrix Kiddo para que me den suerte en mi lucha contra los técnicos. Adoro ser ruda en este ring. El réferi se jala los tirantes de los dientes. Me divierte la lucha de egos enmascarados o descabellados. Los cien gramos de arena en que se ha convertido mi lengua resacosa, le restan filo a mi estrategia verbal. Yo sólo clamo a San To enmascarado de plata, que no me quite el don de la tolerancia para ahorrarme el tener que reventarle en la jeta a este o a aquella su mediocre y pinchurriento cuento. En la lucha de egos soy ruda, ruda, rudísima. Tanto que traiciono a mi compañero de alineación y de un momento a otro, la Hiena Sangrienta se ve despojada de buena parte de su pelambre, esto es inaudito señoras y señoreeees. Espero la revancha de la Hiena que le aplica severa manita de puerco a mi texto sobre todo en el párrafo final.
Los técnicos sufren desconcierto, pero se defienden bien. Se desdibujan ambos bandos en medio de la discusión generada por una matéfora que sale volando desde la tercera cuerda y muere a los pies de una enmascarada guasona.
Un mensaje de nuestros patrocinadores se hace presente: Alfaguara presenta en bonita edición antología realizada por el HH. referi. lleve, lleve, bara, bara.
Miro mis piecitos de Beatrix Kiddo y me acuerdo que ayer dejé plantado a mi ex Bill que debí kill hace años. De haber llegado a mi cita, no hubiese dejado pedazos de disfraz y piel por toda mi casa. Entonces me acuerdo que no soy La Kiddo sino una pinche Beatriz que no flagela a ningún Dante por Vil que sea. Al final el referi del cuadrilátero me felicita al oído por mi cuento entonces yo les hago huevos a todos. Gané. Gané pero ahora tengo los pulmones reventados, varios huesos menos, contusiones varias y nuevos enemigos... ja.
Llego a lo de la Claux y le grito "vieja, ya llegué" a ver si se mocha con la comida. Le cuento que traigo un tiovivo en la cabeza y que necesito que me alimente porque tengo frío en el ombligo y mi máscara necesita una reparación y un zurcido invisible en las comisuras de los labios.
Me dice que sí me veo madreada, que me duerma al amparo de su mantita azul. Y me recuesto mientras pienso que toda yo soy un disfraz relleno de borra y tedio, que esta máscara es perfecta porque me cubre cualquier mueca de traición, que mi capa está agujerada y salpicada con vino tinto y que no hay altos vuelos sino realidades rastreras. Mi imagen no difiere mucho de la del panzón alcohólico y enmascarado que se la rifa en un cuadrílatero de feria de pueblo.
Se apagan los reflectores. Sólo por esta vez, no me quiero quitar la máscara. No tengo cara para ver a nadie.

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