domingo, abril 25, 2010

Por favor, ni me hagas caso

Así han sido estos días: una mezcla de pelos revueltos y casa desordenada, de síes, de noes, de subibajas, de buscar la sección de abajofirmantes para adherirme al tópico de que las hormonas sí importan.
Yo que sé...
Digo que nomás es una pausa, un enorme paréntesis: mi vida es una torta sin relleno, un pan ahuecado, mucho crujido y poca migaja.
Voy de los trabajos de hormiga con pagas simbólicas -y yo que creo que todos los símbolos están devaluados- a los ocios de elefante con gastos reales -y yo creo que lo real me queda muy lejos-.
Juego a que me relajo, pero jugar me pone muy tensa porque hace tiempo que no gano. Debe ser que tengo las cartas malas y encima, esto se juega con fichas.
Y lo otro, lo de de escribir se jugaba con palabras. He aquí unas cuantas palabras lanzadas como dados sin puntitos en un frasco de formol.
Pido, en todo caso, que por su bien, se me ignore.

lunes, abril 05, 2010

Liguilla del 2003

Entre la resurrección de los recuerdos del viernes, el futbol del sábado y la agonía de este falso domingo, me acordé de este texto viejo. Lo pongo porque no tengo ganas de escribir nada nuevo para el blog y porque tanta ingenuidad me hizo sonreír.

Te veo pasar en tu bicicleta vieja. Gritas mi nombre, extiendes la mano, extiendo la mía y seguimos el camino. En la noche nos veremos otra vez para mirar el fútbol, o para que lo veas tú mientras yo me concentro en el tono del locutor, en las calcetas de los jugadores, en el pasto con sus simetrías y en ese verde que no se veía en el fútbol que jugabas con tus amigos detrás de los arcos mientras yo tomaba clase en las aulas del jardín botánico.
Sabes que odio el fútbol y que sólo lo veo contigo porque me divierte ver cómo eres capaz de olvidarlo todo y generar pasiones artificiales mientras sudas una camiseta bicolor. También porque después de fumar me gusta tenderme en tu cama como en los viejos tiempos mientras la televisión se amolda a este estado de ánimo en donde el fútbol es un pretexto para enmarañar mis reflexiones en la portería contraria.
Antes de que empiece el partido me dirás que la extrañas y llorarás. Y yo no sabré qué decirte porque me cargas mucha responsabilidad cuando esperas un consejo mío. Contestaré cualquier cosa mientras finges estar satisfecho con mis obviedades insultantes porque me sobrevaloras, me quieres, te sientes culpable por no haber estado conmigo y porque justo el día que te casaste, yo terminaba mi relación con ése que te caía mal, que no me merecía, que qué diablos hacía con él, porque para ti nadie me merece, ni tú. Más tarde volveré a reprocharte lo de siempre: cómo se te ocurrió casarte, qué ideas las tuyas, ahora el divorcio te saldrá más caro que lo que te gastaste en los cuatro meses que duró tu matrimonio. Luego voltearás a verme con ojos de “ya bájale” y nos quedaremos callados mientras te abrazo y te seco el último lagrimón que corre por tu mejilla.
Nos queda tiempo justo para prender otro en lo que empieza el segundo tiempo. Tú has decidido que le voy al equipo contrario, a mi me da igual, pero si necesitas pelear con alguien entonces le voy al Cruz Azul.
Segundo tiempo, otra vez la pasión desbordada. Siguen empatados, ni un gol que me saque de este marasmo en donde el balón va y viene y regresa y se pone tan aburrido que hasta tú me preguntarás que porqué estoy triste. Pues no será porque pierde el Cruz Azul, te contestaré un poco molesta. Me contagiarás la tristeza y no de medio tiempo, sino de tiempo completo.
Tu equipo meterá un gol y me darás un almohadazo de la emoción al tiempo que gritas que mi equipo es una mierda. Será mi equipo postizo, te diré con desdén y te devolveré el golpe con un ataque de cosquillas. Con un brazo me apartarás para seguir viendo el partido. Prenderé un cigarro que nos fumaremos entre los dos. Al finalizar me dirás que te debo cincuenta pesos de una apuesta que no hicimos nunca.
Bajaremos y harás de cenar mientras me preguntas que si veo por ahí algún rastro de ella. Te digo que no, que ninguno, que ha sido excelente la limpieza. Pero de reojo miraré los dibujos que ella hizo y que ahora se apilan sobre el garrafón del agua. Seguiré mirando y veré también esa bufanda roja que tejió. Pero no te diré nada. Estas cosas requieren de una eterna limpieza y los fantasmas no acaban de irse jamás.
Finalmente me despediré y nos daremos un abrazo. Nos vemos mañana. Ajá, te contestaré. Nos vemos todos los días, no hay ni porqué aclararlo. Por algo eres mi amigo ¿no? Por algo soy capaz hasta de ver un partido de Tigres contra Cruz Azul.