viernes, agosto 24, 2012

Sissí


Yo fui una lectora compulsiva. Ahora lo soy a rachas pero de niña leí absolutamente todo lo que cayó en mis manos y así aprendí muchas cosas, como por ejemplo, que no debía decir que leía todo lo que caía en mis manos y que hacerme la tonta es el mejor recurso para que cayera de todo en mis manos.  Lo mismo leía  Salgari y Verne que las Cosmopolitan de mi tía, los periódicos y las “Lágrimas y risas” del salón de belleza. En una de estas novelillas gráficas aprendí que “la única virtud que puede ofrecer una chica obrera es su decencia” y esta frase me quedó marcada para siempre y no por ningún trasfondo moral sino porque a esa edad yo no conocía a ninguna obrera y “decencia” significaba sentarse con las piernas juntas y que no se te vieran los calzones.
Desde chiquita he sido cursi aunque desde entonces he tratado de ocultarlo con mayor o menor acierto.  Todso esto viene a la memoria porque viendo un librero ajeno me encuentro con el libro que más veces he leído en mi vida: Sissí en Baviera.  Sí, sí, Sissí. En realidad eran tres libros editados por Bruguera con sobrecubiertas y tapa dura. Las historias  podían leerse de forma resumida a través de las viñetas intercaladas o de manera convencional. Los leí muchas veces de ambas maneras sobre todo las partes románticas. Me sabía incluso los diálogos de memoria y además, era una princesa que existió, no como las de Disney que eran todavía más inverosímiles porque todo acababa bien.
No había nada, salvo los caballos, que me acercara a Sissí. No sufrí traumas por ello, ni me sentí princesa jamás. Siempre tuve clara mi función de niña poco agraciada, sabihonda y poco hábil. Europa era una cosa lejana y elegante de la que yo recibía regalos cada cierto tiempo pero no era cosas de princesas, eran camisetas, bolsas, muñecas y medallitas de la Virgen bendecidas por el Papa.  Así que cuando descubrí a la verdadera Sissí y a su príncipe tan hermoso como déspota y cabrón, dejé de leer los tres libritos que olían a viejo. Esos libros eran ediciones de finales de los cincuenta procedentes de una colección que había pertenecido a mi papá.
No sé qué habrá sido de aquellos libros.  Saco éste ejemplar del estante ajeno y lo ojeo con nostalgia. Recuerdo a todos los personajes, las tramas, los dibujos, el carnet de baile, el cotillón, los campos de Baviera y pienso en si no habrán hecho mella en mi educación sentimental por más distancia que desde niña haya establecido con Sissí. Infancia es destino, dicen. De cualquier forma fue bonito recordar esas vacaciones con los ojos pegados a las letras todo el maldito día y con la lamparita bajo las sábanas por la noche. Fue mucho antes de decidir que la vida entre cuatro paredes me aburría.  Fue cuando pensaba que el amor era una cosa excepcional y no estos pantanos extraños. Sissí emperatriz siempre le ganó a la Cosmopolitan con su remedo de Barbie trepadora ejecutiva.

lunes, agosto 13, 2012

Alcancía


Ahora le digo hucha pero de niña era mi alcancía.
No era un puerquito, era una muñeca de pelo negro y largo con una abierta en la cabeza por donde se le introducían las monedas. A su lado tenía una maleta café.
A lo mejor por eso siempre que tuve dinero huí a donde pude. Aunque también huí cuando no lo tuve. Siempre tuve cierto ingenio para viajar. Siempre tuve cierto ingenio para largarme a donde se me pegó la gana. Yo era esa niña de pelo negro y una rajada en la cabeza por la que entraban todas las locuras posibles.
Ahora que no tengo hucha, mi escaso dinero está en una cuenta bancaria con pocos cajeros automáticos disponibles y todavía menos efectivo. 
Parece que fracasaron todos los planes: el ahorro infantil, la huida juvenil y la madurez sosegada que da el dinero puesto a salvo.
No sé si fracasó también mi eterna huida. Todavía tengo pies, maleta, pelo negro y un hueco en la cabeza.