domingo, agosto 30, 2009

He llamado eclecticismo a mi desorden mental...

...nomás porque suena más "acá".

La verdad es que sigo barajando las cartas con las piezas de ajedrez. Al final termina todo por el suelo: peones, ases, reinas bicéfalas y reinas negras... y a mí me parece un espectáculo aceptable. Me estoy volviendo tan permisiva conmigo misma que soy capaz de aplaudir mis desvaríos con la misma emoción con que se aplaude un niño batido de chocolate. Me exijo tan poco que me conformo con echarle una miradita al calendario para saber que los días están pasando.
Mi paraíso es un campo minado y por eso prefiero no moverme. Mi ridícula parcela me vuelve un animal de zoológico soñando con la selva.
Algún día, quizá... grandes cosas... ajá... el Futuro ese con mayúsculas... mmmmm... ¿existe?
Existió.
Ahora vive bajo una tonelada de libros, fotocopias, bolsas de plástico y mentiras.
A lo mejor con un poco de orden aparecen por ahí lasbuenas intenciones. Si es que no las tiré a la basura echas rollito dentro de una lata de Coca Cola. Voy a ver... pero ahorita no, al ratito.

martes, agosto 25, 2009

Los bigotes de Marsella


Creo que fue la canícula la que me salvó de caer en la tentación de pensar que una calle veraniega de Le Panier era otra avenida invernal de Valparaíso... lo digo por poner un ejemplo, sólo por decir algo.
¿Será el sol que me pone a contraluz ciertos recuerdos?
En Marsella muchas veces tuve la impresión de que ya había estado ahí antes. Como no creo en reencarnaciones y mis déjà vu suelen ser tan escasos como inconsistentes, achaqué esta sensación a eso que ahora llaman multiculturalidad -para ser correctos- pero que en realidad es una mezcla que recuerda a mi cajón de calcetines: caben todos, pero los impares tendrán que quedarse ahí, merodeando indefinidamente con un perro, con un silbato o con un sombrero de cowboy.
La cuestión es que fui a Marsella en pleno agosto, dejándome llevar por las riadas de turistas y siendo parte de esa masa cuando fotografío puestas de sol (y por si las dudas me desmarco diciendo: "lo mío no es por romanticismo es por agradecerle que por fin nos deje de taladrar las pestañas") o cuando busco una Bouillabaisse (y me amparo en mis hábitos de gourmet aunque sepa que estoy comiendo un sucedáneo para viejas alemanas de piernas hinchadas) o cuando subo al barquito a la hora convenida (y como entiendo poco el francés, y menos todavía si sale de un megáfono de sonido roto, me ahorro dignamente las historias parciales) o cuando armo mi álbum de fotografías (directito al Facebook y después hago como que intelecualizo el veraneo en el blog). Y voy ahí, en pleno agosto, tropezándome con la chancla y con todos los paréntesis que le meto a la vida para justificarme... en fin, quería hablar de Marsella.
Empecemos de nuevo.

Composición: "Mis vacaciones"

(Cómo odiaba que al volver a clases nos dejaran esta composición cuando no había ido a ningún lado y tenía que oír los grandes viajes de mis compañeras que cruzaban el océano o la frontera con singular alegría. La única vez que recuerdo haber hecho algo "interesante", la maestra dejó una serie de operaciones matemáticas como para recordar que aún sin salir de casa, todo era mejor que regresar al escuela)

En Marsella hay señores que tienen unos bigotes muy largos y bien cuidados. Las puntas de sus bigotes apuntan al cielo y su elegancia nos recuerda que esto también es Francia. También nos lo recuerdan los mapas y que hablan francés.
Marsella huele a lavanda para los turistas, a pescado fresco para los viandantes y a orines para todos. Es una ciudad vieja y llena de historias y me gusta porque cada esquina es diferente y parece que cambias de lugar a cada paso.
Hay una iglesia muy alta, muy alta, desde donde se ve el puerto, los edificios y unas islas pequeñitas que se llamadas archipiélago de Frioul.
Me gustó mucho. (Fin abrupto que recuerda lo perezosa que era y soy con las tareas escolares)

Y sólo puedo hablar de ella, Marsella, desde la ingenuidad de los bigotes que me pintó mi helado de chocolate y desde las barreras de los paréntesis que lo separan todo para mezclarlo todo. El resto vendrá digerido poco a poco, no me gusta que conquisten tan definitivamente como lo hizo esta ciudad.

domingo, agosto 16, 2009

En un lugar de la Mancha...



En el pueblo, cada casa de cada calle tiene una historia trágica y lamentable. Me di cuenta de esto una noche que caminaba por el parque que en pleno secano tiene palmeras (caprichos del señor alcalde de turno). Al llegar al final del camino, me enteré de que se había muerto el señor de la esquina. Su muerte no significó nada para mí porque no lo conocía ni de vista, pero fue importante en la medida en que subrayó mi teoría de tragedias y lamentaciones. Aquí la muerte es un proceso tan natural que la gente se sigue velando en las casas: en donde antes estaba la televisión, ahora reposa el féretro que tendrá un nivel de audencia concordante con la trama de su vida. Un proceso con varias etapas de duelo en donde todos son actores de una representación ya ensayada una y otra vez pero con distinto protagonista. Una noticia que corre de acera en acera con mayor rapidez que un cable de la AFP. La guardia civil no había ido a recoger al muerto al campo cuando ya todos miraban de reojo a la casa de los deudos. A partir de entonces será "Fulano el que murió en los lavaderos"
Aquí la gente se define por sus muertes. Tenemos al camionero que se suicidó y al hijo del camionero que se suicidó. Tenemos también a los padres de los niños muertos. A la huérfana de la que murió de cáncer... y así, cada vivo es rebautizado por su muerto más cercano.
Debe ser porque en este pueblo hay más defunciones que nacimientos y más ritos funerales que bautizos. Debe ser porque todo se muere ahí: los viñedos, el tiempo, los abuelos, las fiestas, los nietos, el trabajo y supongo que por eso de noche tiene esa luz amarilla, casi mortecina que no lastima a los fantasmas.


sábado, agosto 08, 2009

Relato de playa

Tumbados sobre la arena, Leopoldo leía su libro mientras Paqui intentaba hacer lo mismo pero no podía. A pesar de que todavía no había llegado la hora de la invasión de las sombrillas y los niños gritones, el espíritu gregario de la gente los había impulsado a ponerse justo a un lado de una pareja con sus toallas y sus cremitas.
Paqui no podía quitar el oído de la charla de los vecinos impuestos: Que si tú, cari, siempre estás de acuerdo con todo el mundo menos conmigo, que si por qué tenías que darle la razón a esa, que si sabes que a mí me molesta mucho eso, cari, que si, cari, tú bien sabes que estoy yendo al psicólogo porque quiero cambiar, cari, tú piensas en dejarme pero no me lo dices; nunca, cari, nunca me dices nada, no hablas conmigo ni de lo importante ni de lo no importante, cari, jamás sé lo que piensas... y Paqui atenta al drama cotidiano, tan cansino como arrullador.
De pronto llegaron dos hombres vestidos con un mono verde. Paqui supuso que serían voluntarios de Greenpeace buscando donativos. Pensó que no perdían oportunidad para recaudar fondos y que aprovechaban el escenario natural para hacer conciencia. Incluso les sonrió mientras buscaba un pretexto para decirles que no, pero antes de poder articular cualquier frase, dos redes enormes cayeron sobre ellos y un grupo más nutrido de personas con camiseta blanca empezó a remolcar a Leopoldo primero y después a ella hacia el mar mientras gritaban "Salvemos a las ballenas".
Paqui vio entre los agujeros de las redes a Leopoldo, pero a diferencia de ella, no luchaba. Parecía que, resignado, quería volver al mar, incluso empezó a adquirir un tono grisáceo en la piel. Paqui empezó a gritar y un hombre de los de verde se acercó y dijo a todos los activistas: "Sin duda, esto se debe a una mutación transgénica" Mientras ella era separada de Leopoldo, los de la camiseta blanca gritaban "Transgénicos, no, transgénicos no" y le acariciaban el lomo. Incluso uno de ellos se acercó a su cara y llorando le dijo "todo va a estar bien, pronto volverás al mar" Intentó decirle que no sabía nadar, pero no pudo abrir la boca.
Sintió otra mano más palmeándole la espalda. Oyó su nombre: Paqui, Paqui, no te duermas al sol, que hace daño.
Despertó. La pareja de junto ya no se hablaba. Seguían allí mirando al mar pero se notaban disgustados. Abrió los ojos y vio a Leopoldo que la sacudía para ir al agua a refrescarse. Intentó ir mar adentro y aunque en un principio tuvo miedo, se alegró de no ser una ballena. Ese día no comió nada. Al siguiente, algas y peces.

lunes, agosto 03, 2009

Epidemia infantil

Parece que este verano hay demasiados niños floreciendo y otros tanto germinando. Desde antes de que sus ojitos puedan vernos, ya los estamos viendo nosotros a través del Facebook, del correo electrónico y de cuanto medio sea posible.
Los niños de ahora serán mucho más fotografiados que nosotros. Yo recuerdo muchas fotos de mí misma porque era una niña mimada y la primera hija de un hogar clasemediero que quizá en algún momento pensó que conmigo se fundaba la saga de una felicidad que caducó bastante pronto. Aún así recuerdo que las fotos eran pocas y elegidas -en comparación con lo que vemos hoy en día- y que cientos de carretes se quedaron guardando días felices que ya nadie sabe si existieron o no.
No venía a hablar de fotos y menos de fotos mías. Venía a hablar de niños que asoman sus caritas en mi computadora o que claman atención mediática desde su burbuja. Niños bonitos y niños feos. Madres buena onda y mujeres que no sé por qué diablos se reproducen con tanta alegría.
La cuestión es que no sé si estoy siendo víctima de la mercadotecnia y quiero uno de esos. Lo malo es que no vienen con ticket y si me sale feo o llorón, no habrá cambio posible. Pero eso es lo de menos. ¿Qué tal que luego me resulta tunneador de coches o fanático de las corridas de toros o fan del América y del Real Madrid o votante del PP? o peor aún, que por las leyes de Mendel nos salga escritor y que jamás nos saque de pobres. Ay no sé, no sé...
Igual y sale un escuincle molt maco y en lugar de exhibir mis bacanales, desvaríos y viajes me dedico a poner fotos de su primer pasito, dientito, gritito, y todo lo "ito ito".
Le preguntaré a una galleta china electrónica.