miércoles, febrero 27, 2008

Hooola Sevilla
Adioós Sevilla
(Variaciones lorquianas al vueling)


Ayer estuve unas horitas en Sevilla.

Ay amor, que se fue por el aire en aerolínea de bajo coste.
Ay amor, que se fue y no vino otro día sino el mismo.

Vi el Guadalquivir, el barrio de Triana de lejos, la Giralda desde abajo y el Alcázar por un lado. Todo en quince minutos y a paso veloz (a mí me gusta pasear a ritmo de excursión de jubilados).
Pero es que no iba a eso... no iba a turistear.
Iba a ponerle ladrillos a esa entelequia que solemos llamar futuro.
Parece que quedaron bien puestos y que el cemento afiance dependerá de mí.
Espero hacerlo bien y que no queden pegados con un gargajo.

Espero volver a Sevilla a caminarla despacio entre naranjos y olivos y entre tapitas y cañas.

miércoles, febrero 20, 2008

HOAAAA

La gente va en el metro con cara de todos los días pero de entre la muchedumbre emerjo yo: el teletubbie bizarro, el favorito de niños mestizos, criaturas nativas y bomboncitos negros.

Ayer fui un paréntesis en el llanto de un niño hindú. Me saludaba con su manita y su mamá sonreía satisfecha por mi eficiente labor de dibujo animado. Cuando me bajé en Fabra i Puig el niño volvió a llorar como si le apagaran la tele a mitad del show.

Dejad que los niños se acerquen a mí, soy el flautista de Hammelin del nuevo siglo, de los barrios proletarios y los niños con juguetes tóxicos. Los niños bailan conmigo, me eligen entre las multitudes, me dan sus trozos de pan con baba y yo siempre digo "ahora no les voy a hacer ni puto caso" pero al final les prodigo una sonrisa y un destello "Candy Candy" de mi diente chueco les ilumina el día.

¿Por qué no me ven con un deseo semejante esos chicos con rastas de la Universidad? ¿Por qué no soy la chica sensación que ilumina las desgraciadas vidas de los adolescentes sobrehormonados?

Porque soy un teletubbie. Un teletubbie pacheco con los forros mal cosidos. Un teletubbie con el contorno por un lado y el color por otro. Un teletubbie hecho por un chino borracho.

A los niños les da igual que sea de imitación. Sobre todo a los niños a los que sí me prodigo con verdadero afecto: A los niños feos, a los inmigrantes, a los desposeídos, a los que llevan la carreola con las ruedas chuecas, a los que no saldrían en un comercial de pañales desechables.
A los rubitos de anuncio los ignoro o les saco la lengua.
Soy el teletubbie justiciero.

jueves, febrero 14, 2008

Palabritas que se extrañan

Hay palabritas bien chidas y redonditas que se echan de menos. Una de esas palabras que me encantan es "chimuelo". Chimuelo describe a la perfección el hecho de que falten dientes.
Chimuelo es una palabra de uso común. De niña era orgullosa chimuela cuando mudaba dientes aunque la sonoridad también da para la nota roja porque en toda banda de cacos que se precie existe "el ahora occiso, Nicasio Godínez, alias el chimuelo".
Aquí se les dice "mellados". Mellado está un peine, un sacacorchos, mellada está la voluntad, pero por favor: un chimuelo es un chimuelo.
Es más bonita la palabra chimuelo, o incluso otra que se usa también por allá: molacho.
Molacho o chimuelo me dan mucho más la sensación de falta de diente, de ventanita bucal, de sonrisota desinhibida y encuerada.
Debe ser que aquí la cantidad de gente con la dentadura bien jodida es mayor y por eso dicen con la boca chiquita "mellado" como que no quiera la cosa, como para que no se perciba.
El chimuelo da pa' la risa, pa'l albur y pa' uno de los piropos que más me han proferido (vaya usté a saber porqué):
"Tanta carne y yo tan chimueloooo"

jueves, febrero 07, 2008

Ritos de paso

Y si las cosas no se acaban hasta que se acaban ¿por qué requiero forzadamente hacer pausas visibles, marcar calendarios y renovar mis hojitas marrones?
No lo sé.
Necesité algunas cuantas -muchas o no tantas, nunca suficientes- cervezas para celebrarnos el fin de clases. No quiero pensar en que ahora sí tengo que pensar. A veces creo que lo mío es puro obreraje intelectual sin andamio alguno y que acabaré estrellada como una sandía en el infinito popperiano (sí, me pasé de lanza... estoy creuda ¿vale?).
Cuestión: El lugar común de los ciclos por más que reniegue de Buda. La oficina árida e impersonal. Mi jefa, por suerte, ausente y mis ojos viendo con deseo toda el agua de los mapas fluviales.
Pero lo necesitaba. Necesitaba jugar a la generación escolar, a la salida del colegio, a la toga y el birrete, a todas esas cosas que no hacemos los antropólogos ni hicimos los sociólogos.
Inclusive en mi ritual de paso no faltó el "amigaaaaa, te voy a extrañaaaaar" y el clásico de clásicos: "¿por qué justo ahora que nos vamos descubro que eres tan chiiiidoooo?"
Bah.
Boberías de borrachos buscándose un paréntesis antes de enfrentarse a lo que viene. Lo que viene, para mí, es hacer acopio de disciplina, sacar orden del desorden que me acompaña y domar al caos para poder hacer mi investigación con un poquito de cordura (cordura, con "c").
Por lo pronto ya tengo un viajecito académico programado (espero que al menos me inviten un par de tapas) y me regodeo en la melancolía que me empiezan a transmitir mis sujetos de estudio.

lunes, febrero 04, 2008


Felipiando nomá...

Yo no debería estar escribiendo esto pero resulta que no sé empezar por los principios y no encuentro cómo atacar en las costillas. Y no debería estar aquí moviendo los dedos dejando las huellas de la abulia en el teclado.
Debería pensar que la vida es cosa seria. Que si fui sobrina del tío Gamboín, quisiera ser alguien, quisiera triunfar... pero creo que más bien soy hija de la desidia y ahijada de la vagancia.
El otro día un señor en el metro buscaba un cable y medicina para la garganta. El cable se le quemó a su guitarra y la garganta se la dejó en el último concierto. Eso lo dijo con la cara repleta de tics y una voz con sequía de whisky DYC. Yo hace años que no me dejo la piel en algo, ni la garganta, ni siquiera un cable. Eso sí: lo mismo le meto a whisky que a las chelas y luego estoy llorando por los rincones. Lo único que dejo son uñas mordidas cuando el agua me empieza a llegar al cuello. Zup-zup: escupo las uñas.
Yo no debería estar aquí sino intentando cuadrar un proyecto que me garantice la vida un rato más. Lo que más odio de mí, es que mi mediocridad siempre se diluye en mi genialidad y entonces siempre salgo a flote aunque con el interior corroído por la culpa. Suspongo que si de verdad algún día me esforzara hasta sacarle chispas a un cable, dejarme media tráquea o quemarme las pestañas con algo más que con el bóiler; haría alguna cosa grande, grande de verdad... Cambiar al mundo, sí, ¡aaaaah!

viernes, febrero 01, 2008

Los hoyos de la memoria

Cuando tenía seis años me llevaron de vacaciones a un pueblo de Durango a casa de unos tíos. No recuerdo si fueron muchos días o pocos, pero sí recuerdo con claridad que tenían una tienda de abarrotes, una mueblería y una tienda de ropa. A mí lo que más me gustaba era la tienda de abarrotes con un enorme mostrador de madera al que llegaba subida en un banquito. La tienda tenía un olor muy especial que sólo encontré años después en una tienda de un pueblito de Tlaxcala. Debe ser la mezcla de madera, velas, aguardiente y granos.
La casa de mis tíos tenía un patio grande al centro y las habitaciones lo rodeaban. Yo dormía con mi prima Teresa que me decía muchas mentiras y que tenía toda la colección de revistas de Parchís bajo la cama. También tenía dos fotonovelas pero esas no las podía sacar del cuarto so pena de algo... no sé ahora de qué.
De la mueblería recuerdo los cuadros que eran como reproducciones de niños tipo Oliver Twist al óleo. Ahora pienso que los muebles eran horrendos, pero a los seis años no hay mejor regalo que jugar a la casita en una tienda de verdad y con muebles de verdad y que nadie te diga nada porque eres la más bonita. La más consentida. La favorita del mundo.
Mi maleta volvió surtida de ropa nueva. Tampoco sé ahora cuánto, cómo y cuáles pero había un vestido con algo lila.
Pero lo mejor, lo mejor, era la tienda con el mostrador de madera y un costal enorme de galletas de animalitos. También había un contenedor de vidrio con caramelos rojos y unos dulces de tamarindo. Cada día pasaba un señor vendiendo membrillos con chile. Yo nunca había comido membrillo y me gustó.
En la habitación de mi prima Tere había unas regaderas sin cortina y a mí me daba pena bañarme. El suelo era rojo y estaba cubierto de talco y Teresa dibujaba caras de mujeres con el dedo.
Viajé en avión hasta la capital y después alguien pasó por nosotros. Recuerdo que fue en avión porque mi primo Manolo tiró el desayuno en el pasillo y la azafata lo regañó. No sé cómo volví.
Ayer que no podía dormir, me vino este recuerdo y traté de recordar la mayor cantidad de cosas posibles sin inventarme nada. Creo que después de 25 años es bastante lo que vino a mi mente (me dejé algunas cosas en el tintero, pero las dejé a propósito). El problema es que no podía dormir intentando recordar neciamente una contraseña que puse hace relativamente poco y que me impide el acceso a unos documentos.
Creo que me voy haciendo mayor... Dentro de poco escribiré en este blog y si cae algún comentario, será del tipo: "abuelaaaaa, eso ya me lo contasteeeee"