miércoles, diciembre 17, 2008

Animal de costumbres

Habitar mi ecosistema me pone instintiva, glandular, intuitiva y expansionada . Habitarlo y sentirme parte de esta jungla me vuelve un animal gandalla, una bestia feliz.
Aunque le cambien el rumbo a la manada y ahora los ejes viales transiten a capricho de las modas sexenales, aunque los estanques de antaño sean franquicias de charcos artificiales, aunque cada día haya más depredadores al acecho... rujo con el mismo entusiasmo de mis años cachorros.
Reconozco y huelo a los míos. Me les voy encima con los dos brazos abiertos y los estrujo mientras un sonido tibio sale de mi garganta. Me regodeo en el gris oscuro del cielo.
Me encuentro.
Me estoy.
Me vivo.

miércoles, diciembre 10, 2008

Apuntes de la Moleskine
(15 horas encerrada fuera de Frankfurt)

III

Es la segunda vez en mi vida que estoy en un Starbucks. Una extraña promesa entre reivindicativa y dietética hizo que un día exclamara vehementemente para mis adentros "Jamás pisaré un local de estos". Como mi palabra es débil y mis promesas son frágiles; heme aquí. Podría decir en mi defensa que no tengo otra opción y es casi cierto porque el otro café está lleno, y es casi justificable porque el otro es más caro y más incómodo.
Me pedí un caffe late grande y con sabor a algo más que café con leche. Algún suplemento saborizante jodidamente apestoso.
Me siento con grandes aspavientos: dos mochilas, un abrigo y una torpeza congénita. El chico de junto lee Moby Dick y por eso lo bautizaré como Ismael. Ismael apesta. No me di cuenta hasta que se quitó el gorro. Me mira con incomodidad. O le hice mala cara o le moví a Moby. Posiblemente lo primero, mi cara es un órgano involuntario incapaz de fingir.
Ismael se comió un sandwich de camembert y mermelada. Justo el que yo rechacé por ahorrarme unos céntimos. Ismael va de hippie chic y lleva como penitencia una guitarra. Una guitarra, dos mochilas, una chamarra y un foulard rojo mismos que se lleva rápidamente con una gracia que me apabulla. Tú, Ismael. Yo, Moby Dick. Seguramente él zarpará primero y yo aquí: ballena-isla.
Es la segunda vez que estoy en un Starbucks. La primera vez fue en Chicago y no opuse resistencia pues venía vencida "apriori". Fue la culminación de una larga sesión de shopping.
¿Y qué quieren que haga? Así soy yo. Mis incongruencias están tejidas por el hilo de lana virgen de mi propio rebaño. Costuras que se rompen por el peso de mi hedonismo.
Incluso Ismael con su gorrito apestoso y sus pantalones hindús a media nalga sucumbió a la telaraña Starbucks. En él me amparo para justificar mi autotraición.
Dicen que la tercera es la vencida, o quizá, la vencedora. Sólo entonces entederé qué diablos le ven a estos lugares tan iguales, tan literalmente descafeinados, tan sórdidos en el primer mundo como pretensiosos en el tercero, tan carentes del encanto de las mesas cochambrosas o de la pomposa ingenuidad de los servilleteros de plástico.
Frente a mi duerme con placidez un sucedáneo del Dr. House. A sus pies reposa el bastón. A mi lado ronca un señor con dedos anormalmente gordos. Quizá yo también duerma para amortizar el gasto y el agravio. Un neón me da en la cara y empieza a picarme en el trasero. Seguro son las pulgas starbuckianas.

martes, diciembre 09, 2008

Apuntes de la Moleskine
(15 horas encerrada fuera de Frankfurt)

II

La chica de junto me recuerda a Yohandra, la mulata de Fontanar. Hace rato que la miro de reojo y ella también me mira. La diferencia es que yo me cubro con mi libro como todo buen espía. Ella no tiene escudo. Su carencia de libro me recuerda a aquella chica -mira tú, otra mulata- que un día, mirando nuestro librero piso-techo dijo: "quien tiene un libro, nunca está solo". Cuando se fue nos burlamos porque algunos libros los teníamos precisamente para estar solos o por estar solos. También nos imaginamos permanentemente acompañados, hacinados, con tanto libro compañía no solicitada. Nos daba miedo. Un miedo de risa que convirtió la frase en cotidiano choteo. Meses después se nos quitaría la risa cuando por culpa de la mulata que estuvo en casa, un hombre perdió la vida. Pero esa es otra historia larga y siniestra como todas aquellas que tienen que ver con muertos por amor.
La chica sin libro tose. Tos merecida que le entró por el escote profundo. No es envidia, es sentido común. Es aquí y es otoño. Es de noche y es el último día de noviembre.

lunes, diciembre 08, 2008

Apuntes de la Moleskine
(15 horas encerrada fuera de Frankfurt)

I
Yo: ¿Y si de pronto el aeropuerto fuese un coso kafkiano del que no pudiera salir?
Yo Misma: Imposible, Kafka es checo.
Y: Mierda.
YM: Mierda kafkiana.
Y: (...)
Atrás un hombre habla solo. Habla solo en alemán. El cabrón no iba a hablarse en español sólo para complacer la interrupción de mi monólgo dialogado. Es por eso que pienso, así, fugazmente:
"soledad".
No la suya, la mía.
Y: Qué tal que nadie me entiende?
YM: Siempre te quedará el inglés...
Y: ¿Y si se me atora? ¿Se me olvida? ¿Se me retuerce en la garganta?
YM: Sabes decir apfelstrudel, de hambre no morirás.
Y: Pero sí de diabetes y de colesterol. Lleva mucha mantequilla.
YM: A lo sumo tendrá manteca vegetal.
Y: ¡Estamos en Alemania!
YM: ¿Otra vez mitificando Europa?
Y: Es que esto sí es Europa. Bueno, Esto, esto, no. Esto es ninguna parte. Un alemán puede reclamar que su strudel es de manteca y no de mantequilla.
YM: ¿Cómo lo sabes si no hablas alemán?
Y: Buena pregunta, el caso es que yo lo que quiero es volver, no comer strudel.
YM: ¿Volver? ¿A dónde?
Y: A México, pendeja.
YM: ¡Ja! ¡La pendeja soy yo! La pendeja eres tú que sigues asociando "Volver" y "México"
Y: Es gramaticalmente correcto. Siempre es posible volver al lugar en el que se ha estado.
YM: "Gramaticalmente correcto" la peor excusa para alguien que trata a la gramática con las patas. En fin. ¿Es sentimentalmente correcto?
No me respondo nada por una razón muy simplona: hace mucho que no escribo a mano y ya me duelen los dedos. Es eso y un chiflón que me da en la espalda cada vez que se abren las puertas automáticas. Buscaré otro lugar. Quizá beba café.