domingo, junio 27, 2010

Domingo y derrotas

Muchos domingos son en sí, pequeñas derrotas. Semanas que se mueren en las manos y que nos cuestionan por el “hubiera” que existe, aunque se dé por costumbre negarlo.
A la habitual derrota dominical que se apila como platos sucios y que alarga la lista de pendientes, hoy se suman dos derrotas:
1. La selección nacional de futbol predeciblemente pierde ante Argentina. No me duele más allá del rito catártico que hice para restarle al día su habitual abulia, pero sí incomoda porque una vez que te sumas a la masa futbolera, esperas ser resarcido.
2. La situación en Tlaxcala. A pocos días de las futuras elecciones la candidata acomodada en la izquierda (porque de izquierda nunca ha sido), declina por el partido de derecha. Y ya no es la derecha en sí lo que duele, sino el cinismo lo que mata. Entregar el Estado a los corruptos más grandes que ha parido madre, es un desastre. Me lavaría las manos como Pilatos si no tuviera un cachito de corazón ahí sembrado.

Así y todo, mañana es lunes. El futbol, como sea es accesorio y para mí el fracaso concluye en cuanto me vaya a la cama. Sin embargo lo otro es más peligroso y no tengo quórum a mano que comparta este fiasco porque Tlaxcala es un puntito de arena perdido en el mundo global. Aquí sí aplica la palabra “dignidad” que tanto han usado para querer hacernos cómplices de once millonarios corriendo tras un balón.

Repito: así y todo, mañana es lunes.

domingo, junio 20, 2010

Adiós Monsiváis


Carlos Monsiváis fue para mí el primer intelectual hecho carne.  La primera persona que traspasó el papel y resultó ser un humano,  y es que a mis quince años los escritores eran habitantes del Olimpo.  Resultó entonces que Monsiváis escribía sencillo, cercano, lúcido y además era habitante de la colonia Portales.  Por aquellos tiempos yo era una preparatoriana que se sentía ultra radical porque compraba La Jornada en el puesto de periódicos que estaba junto a la todavía en funcionamiento  panadería “La luna” de la Nápoles.  Todos nos hacemos viejos.
 Cuando entré a la Universidad, seguí documentando mi optimismo cada lunes y cuando ya estaba anexada a las causas esenciales de los noventa, se hablaba del “Monsi” como uno más, con respeto siempre, pero con la familiaridad que yo ya había sentido años ha.  Creo que por eso no me deslumbró tanto conocerlo, porque era como el amigo de un amigo del que tanto has oído hablar.  Profesé desde entonces una admiración a la persona y no al personaje de pelos revueltos, camisa manchada y chamarra con pelos de gato. Logré en cierto sentido trascender  la anécdota de sus apariciones televisivas para poner el ojo en la centralidad de su discurso.
Yo no sé –esto era una especie de obituario y no un análisis- si la inmediatez de la información ha desplazado a la crónica, misma que Monsiváis hacía navegar con increíble soltura entre el periodismo y la literatura; o si es que Monsi no sólo deja huérfanos a un caudal de lectores sino también a la crónica como género.   Un género que algunos consideran menor por su supuesta caducidad y su apego absoluto a la realidad.   No es proeza menor que las crónicas de Carlos desafíen al tiempo y permanezcan.
La muerte de Saramago el viernes y la de Monsiváis ayer, nos obliga a mirar a esa literatura comprometida y sin poses.  A esa cercanía entre la obra y los ideales, asunto muy menor entre aquellos que quieren cruzar el pantano sin mancharse las plumas, entre  aquellos que se lavan las manos antes de darle al teclado para que ningún atisbo de compromiso les manche el relato.  Entre esos mismos “intelectuales de la pureza”, la moda fue jugar a “Péguele al Monsi” en cuanta revista, suplemento cultural y periódico permitiera este ejercicio facilón y reiterado de darle duro.  Nunca ha sido complicado atinar a blancos tan visibles.  Y vaya paradoja, ellos también se quedan huérfanos de enemigo imaginario (supongo que lo suplirán con Elenita Poniatowska, pero eso ya es alevosía y ventaja).
Mi más sentido pésame a todos nosotros: sociedad civil que reivindicamos, lectores que nos emocionamos, mexicanos que nos indignamos y  bohemios que brindamos.

miércoles, junio 16, 2010

Buenas noches.

Hoy no me quiere ni Charlie Parker. La curva de su saxofón no le es propicia a la verticalidad de mi ánimo.
Tendré que encender el último cigarro, fumármelo "a capella" y escuchar el fuelle del humo que quiera Do que no me mate.

jueves, junio 03, 2010

La guía Miguelina

Yo ya había escuchado hablar de este proyecto y por eso esperaba con ansias tener  la guía definitiva: la Biblia del tragón, el manual de hedonista, la Guía Roji del buen bebedor.... y llegó el día.
Por esas cosas de que escribo y a veces lo que escribo resulta; me vi envuelta en una asociación literaria llamada ACOLITE misma que rebauticé como ALCOHOLITE por razones que no vale la pena obviar, y ahí conocí a un personaje adorable y adoptable: Pedro Cano.
Él, junto con Jordi Gol -otro gran elemento- , se dieron a la tarea de recopilar una serie de bares en donde ofrecen buen comer y buen beber.  No es una de estas guías que pretenden premiar con estrellas a platos exóticos de gelificaciones, esferificaciones e insustanciaciones varias.  Es una guía genuina, de barrigas llenas y corazones contentos.  De lugares que admiten un lamparón en la camisa como quien se lleva una medalla al valor.  De sitios en donde los camareros no son sirvientes sino cómplices. De hombres y mujeres que no van contando calorías sino contando fechorías. De sonrisas que se adornan con un perejil.  Es una guía tan genuina que sus condecoraciones son morcillas.  Y si un bar ha sido calificado con tres morcillas por este par de expertos, es porque hay que ir a como dé lugar.
La cultura del bar en España -y en Barcelona en particular- da para un estudio amplio y concienzudo en el nivel gastronómico pero sobre todo en el social (yo ya todo lo veo con ojos de antropóloga).  Es una de las cosas que más me gusta de aquí.  No sólo es la comida y la bebida de las cuales soy irremediable fan, es también ese ambiente que se crea, esa escenografía que alberga una charla trivial que suele terminar arreglando este jodido mundo con la sapiencia que da el vino y la energía que aportan las croquetas bien hechas.
Siempre que tengo un invitado mexicano procuro mostrarle algún lugar en donde mi actual marido y yo hemos comido con gran emoción.  Mientras llegan los platos, les describo casi con lágrimas en los ojos los manjares que van a degustar.  De entre los invitados que tenemos apreciamos especialmente a los estómagos agradecidos con la comida y la bebida.  Nosotros también condecoramos con morcillas a nuestros huéspedes.  Recordamos con afecto la cara de Montse frente a las croquetas de setas, el gesto de Mariano cuando llegó la paella, a Berny y a Daniel entrándole gustosos a los mejillones, la manita de Claudia pescando el jamón de bellota, la risa de Omar frente a la cerveza especial... las afinidades en la mesa son importantes porque de ellas se desprende mucho más que la deglución y la nutrición.
Así que como diría Bernard Shaw, "No hay amor más sincero, que el amor a la comida"; sin embargo comer solo es casi onanismo; el amor merece ser repartido y repetido y ese es el espíritu de la Guía Miguelina: compartir y departir.
Espero seguir recorriendo bares ahora de la mano de la Miguelina.  También de la mano de Jordi y de Pedro de quienes cuesta despedirse porque siempre tienen la anécdota a punto y la copa dispuesta al brindis.
Que sigan editando y escribiendo libros, sí; pero sobre todo que sigan gozando y haciéndonos gozar.


Salut.