lunes, octubre 25, 2010

Aguas quietas

Las aguas mentales reposan o se estacan. No lo sé. Lo segundo huele a podrido y no es así. En todo caso queda más lírica la quietud aunque no sea del todo precisa.
Y aquí viene la cita de Lévinas pero no la tengo a mano y odio las paráfrasis imperfectas. También odio buscar un texto que no sé en dónde dejé.
No quiero levantarme del asiento y no quiero pensar mucho.
Estoy cansada y me gustaría tener otras piernas más ágiles. Me gustan mis piernas de la rodilla hacia abajo. Aceptaría un trueque frankesteniano en las piernas y en la cabeza. En los ojos no porque por fin han vuelto a su forma original y las ojeras bajo ellos son bolsillos con monedas y no bolsas marsupiales.
Me gustaría también un recambio magodeozano. Yo también busco valor y otras cosas de colores pero hasta ahora sólo he obtenido un spam en mi buzón prometiéndome salud plena. Creo más en la literatura que en las aseguradoras.
Estoy cansada pensando estas cosas y tirada panza arriba en mi laguito mental.

martes, octubre 12, 2010

Luz de luciérnagas de Edson Lechuga (Los libros dedicados II)

“Porque la palabra ida se parece mucho a la palabra huida;
será porque irse es huirse en miniatura, a pequeña escala.”
Edson Lechuga, Luz de luciérnagas 




Cuando por fin tuve Luz de luciérnagas en mis manos, tuve que posponer su lectura porque me encontraba con otros textos que aunque muy placenteros, eran de carácter laboral, es decir, con etiqueta de urgente. Así que Luz de luciérnagas se quedó reposando en una mesa del DF. Pasaron unos días y caminando entre el queso de Oaxaca, la bisutería variada, los mangos maduros y los chiles secos a granel del mercado de mi colonia, compré por cinco pesos El otoño recorre las islas de José Carlos Becerra.  Tampoco lo iba a poder leer (releer), así que lo puse en la pila de libros justo encima del libro de Edson.
            Volví a Barcelona y  a los pocos días empecé a leer Luz de luciérnagas con esa sensación deslocalizada en donde el cuerpo está de este lado reconociendo rutinas mientras la mente sigue allá jugando al hubiera.  Mi estado de ánimo era  propicio para esta historia en donde el personaje, el autor y yo compartimos los mismos escenarios (Barcelona – Ciudad de México).  En el terreno sentimental, literaturas aparte, eso pega.
            La historia la protagoniza Germán Canseco (curiosa la coincidencia con el fotógrafo de Proceso), residente en Barcelona que tiene una cuenta pendiente consigo mismo desde el 85.  De una forma nada artificial ni efectista, de pronto estamos con Germán en la Ciudad de México recorriendo calles, mirando ventanas, oliendo fondas, hasta que ocurre lo que cualquier chilango sabe adivinar cuando alguien dice “ochenta-y-cinco”: el terremoto del que algunos guardamos recuerdos deshilvanados y otros guardan vivencias que engendran reflexiones que engendran desesperaciones que engendran una trama como la de Germán en donde hay varias formas de morir cuando todo alrededor es muerte.
            Germán acude de manera permanente a esos paralelismos entre las ruinas de la ciudad y sus ruinas sentimentales, entre los hierros torcidos y su espalda destrozada, entre el gris polvoso de la ciudad y el propio polvo enquistado en sus recuerdos.  Transitar de lo íntimo a lo colectivo y de la célula conmovida a la sociedad civil organizándose, inserta a este relato en un capítulo de la historia reciente de México por el que la literatura ha pasado de puntillas como si el tema sólo diera para consignar datos y no para habitarlos. Habitar estos datos y darles vida a pesar de la muerte es el gran acierto de Edson. 
            Si no fuera porque la lógica a veces me asiste, hubiera jurado que el libro que estaba sobre Luz de luciérnagas en una mesa del DF se había volcado como un vaso de agua empapando el libro de Edson. No sólo refresca la historia, sino que le da una fuerza increíble con las referencias intertextuales tan propicias y tan bien engarzadas con la prosa poética de la que sabe servirse el autor.  Ya en el colmo de las coincidencias, resulta que la edición vieja de El otoño recorre las islas que compré en el tianguis era la misma edición que leían Alma y Germán Canseco. Lo sé por la numeración de las hojas, por la fotografía de la portada (sí, Luz de luciérnagas trae fotos) y por el año de edición.  Incluso empiezo a sospechar que era el mismo ejemplar por el tipo de manchas, los pliegues de los bordes y porque el color amarillento delata que estuvo guardado en una caja de cartón por muchos años.  Sí, quizá sea el mismo y por si las dudas, siguen juntos, lomo a lomo en mi librero.
          Luz de luciérnagas es la primera novela publicada por Edson Lechuga. Esperamos que alumbre el camino de las próximas.