lunes, febrero 20, 2006


Freaks nómadas

Siempre me ocurre lo mismo cuando el circo cambia de lugar. Domesticar a los nuevos animales locales no es fácil. Recoger animales heridos del zoológico y ponerlos a bailar al son de mi pandero no es lo mismo que ponerme a explorar esta selva plagada de alimañas cuyos nombres científicos me son del todo ajenos.
Tampoco ha sido fácil cambiar de personaje. Ser la mujer bala tenía su impacto, ahora soy la funambulista en el pretil de un balcón con plantas. No es fácil para mí guardar equilibrio entre la espera y el futuro. Dicen que hay una red debajo pero yo no lo creo. Lo dicen para amaestrar mi miedo, para que haga mi numerito de una vez, y si caigo, que vengan los payasos para recogerme en una delirante camilla de trapos coloridos.
La taquilla empieza a mostrar números rojos y mis ansias de escenario no son compatibles con el estacionamiento asignado para dejar mis bártulos. Yo creo que de a poco alumbraré la carpa y las funciones seguirán siendo en horario corrido sin importar desvelos ni cansancios. Mientras tanto, desenredo la melena del único león chimuelo que traje conmigo y miro los carteles de temporadas pasadas: los éxitos en technicolor que me arropan para saber que el show debe continuar. Zurciré las medias de agujeritos y teñiré mi capa deslavada, la que viene será una larga temporada.

Foto de Diane Arbus.

miércoles, febrero 15, 2006


Línea Amarilla

«Si hubiera crecido», se dijo a sí misma, «hubiera sido un niño terriblemente feo, pero como cerdito me parece precioso». Y empezó a pensar en otros niños que ella conocía y a los que les sentaría muy bien convertirse en cerditos. «¡Si supiéramos la manera de transformarlos!»
Lewis Carroll,
Alicia en el País de las Maravillas

Me subo en Llacuna, la estación de metro más desangelada de Barcelona. También la que tiene la salida -que es la misma que la entrada- más ventosa y polvorienta.
Estos días no han sido todo lo buenos que yo quisiera. Seré porque ya no sé qué quiero o porque lo que quiero no existe. Me tengo que inventar lo que quiero y para eso hace falta una mente clara. No es mi caso.
El mundo entonces está feo. Transmite su fealdad a este vagón del metro, nos contagia a todos. Me veo en los vidrios de las puertas: mis ojos son dos huecos, mi pelo un estropajo y mi ropa me da un aire de fodonguez resignada.
Barceloneta. Me siento. Frente a mí hay cuatro personas, dos hombres y dos mujeres. Son feísimos los cuatro. Me parece que sus rasgos no les corresponden, que tomaron prestadas algunas partes de la cara. Intento intercambiar la nariz de la chica A por la del chico C y luego la de la chica B por la la de la chica D. Mal, siguen estando mal. Los descompongo como si fueran el señor cara de papa y no logro remediarlos. La oreja de D está en el suelo. No consigo saber quién se quedó con el ojo de B.
Passeig de Gracia. Sube abuela con nieto. Ofrezco mi asiento no porque soy buena persona sino porque el tufo del de junto me tiene cansada. Moraleja: Nunca le ofrezcas el asiento a una mujer vieja que lucha por parecer joven. La moraleja ya la sabía. No lo hacía por la mujer sino por el niño. Es el menos horrendo de este vagón. Al final el asiento se queda vacío y para combatir el absurdo la mujer se sienta. No me da las gracias. Me odia. Y yo también.
Sagrada Familia. Suben varios extranjeros hablando en francés. Enormes narices. Me río para adentro porque sé que se equivocaron, ellos quisieran ir en dirección contraria.
Joanic. Se equivocaron, lo sabía. Se equivocan de tan buen humor y ríen todos al mismo tiempo como si fuera graciosa la estupidez colectiva. Me ponen de peor humor pero me dejan al descubierto al niño que no me había parecido tan feo. Es horrible. Los niños con cara de señor me asustan. Me recordó al capítulo de Alicia de Cerdo y pimienta. Siempre me pregunto si cuando crecen, los niños con cara de señor se vuelven ancianos. Un marroquí comienza a cantar con su guitarra: Eslistoria diun amor como ni hay otrigual... El soundtrack perfecto para una lata de humanoides en escabeche. Antes de que llegue a mi lugar con su monedero metálico y su sonrisa ensayada, se abren las puertas.
Guinardó. Aquí me bajo.

miércoles, febrero 01, 2006


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Este bonita y coercitiva ilustración la ví en el blog del Vega y forma parte de una campaña más grande en favor de la lectura.
Yo la utilizaré los últimos o primeros días de cada mes (según mi hueva, mis ganas y lo que se tercie) para recomendar tres libros. Allá ustedes si los leen o no. No les voy a contar ni poquito de qué se tratan, odio las sinopsis y los resúmenes que lo arruinan todo. Evidentemente las recomendaciones son subjetivas porque yo no soy crítica de nada y soy opinóloga de todo. Ahí les van:
Nunca me abandones, Kazuo Ishiguro. Image hosting by Photobucket
Este libro es de esos que te atrapan porque además de una narrativa ágil, la historia va develando asuntos turbios acompañados de un tufo de melancolía que permea toda la obra.Es una buena mezcla de ciencia ficción con aire gótico, de novela de adolescentes narrada por una voz adulta.
Algo raro me pasó con este libro, lo disfruté mucho mientras lo leía pero cuando terminó me quedé un poco insatisfecha. No sé porqué. Quizá porque Lo que queda del día, del mismo autor me pareció superior. Eso sí, me declaro fan de Ishiguro y aunque sólo he leído estos dos, creo que no me defraudará ninguno de sus libros. Dicen los expertos que Nunca me abandones no es precisamente lo mejorcito que tiene y sin embargo, a mí me pareció muy bueno.
Los rojos de ultramar, Jordi Soler Image hosting by Photobucket
Disfruté mucho leyendo este libro que une precisamente mis dos mundos: Barcelona y México. Es entretenido, ágil, con una historia interesante. Me pareció mucho mejor esta novela que los cuentos de Jordi Soler. Todavía no puedo descifrar si el libro me gustó muchísimo o si forma parte de una serie de piezas que se juntaron. Me refiero a que cuando empecé a leerlo estaba dándole vueltas al tema de la migración, de la identidad, del exilio y que justo mientras lo leía visité la exposición de Catalanes en el exilio. Yo con tanto encima, no puedo dar una valoración objetiva del libro. Pero de que es bueno, pues sí, lo es.
El dios de las pequeñas cosas, Arundhati Roy Image hosting by Photobucket
Este libro es una filigrana. Cada imagen está relatada minuciosamente. Si tuviera que ponerle un nombre, la llamaría literatura artesanal aunque suene mamón, pero no se me ocurre otro concepto. La historia tiene que ver con tres generaciones en la India y un par de gemelos. Confieso que estuve fascinada tres cuartas partes del libro y que cada palabra era un gozo, pero yo soy muy desesperada y de pronto quería saber ya cómo se iba a resolver la trama y me empantané con tantas florecitas e hilado fino que doscientas páginas antes habían sido mi delicia. Es un gran libro de esos que dan ganas de releer de a poquito y ya buscaré otro de esta autora que es mi más feliz descubrimiento del mes de enero.