jueves, noviembre 22, 2012

Poesía en los zapatos


Mañana leo y estreno un poema largo.
Quizá después haga la crónica del evento.  No prometo porque nunca cumplo.

sábado, octubre 20, 2012

Sábados que existen



Supongo que habrá miles de campos de futbol en todo el mundo.  Supongo que todos los sábados miles de padres y miles de hijos cumplen el ritual de levantarse temprano y salir a animar los unos, a jugar los otros. Supongo que se irán a comer contentos o frustrados con sus derrotitas y sus pequeñas victorias. Pero también supongo que para ellos es el epicentro de algo importante, de crecer y ver crecer, de la salud personal y familiar, de la rutina que juega a romperse con la rutina misma.
Veo salir a los niños con sus grandes maletas pegadas a sus pequeños cuerpos y despedirse de los demás mientras los padres se quedan en grupos o adentro del auto. Algunos padres van en pareja y otros van solos: división de las tareas domésticas o división de la vida conyugal.  Algunos me miran pero finjo esperar al hijo que no tengo: se llama Bernat y lleva el 10 en la espalda. Se puso feliz cuando pudo elegir ese número: “como Messi” me dijo y yo le sonreí porque el hijo que no tengo no es muy hábil con el balón pero se esfuerza bastante y sobre todo se divierte y a fin de cuentas eso es lo que una como madre de hijos inexistentes espera de ellos: que sean felices, que se diviertan y que gocen los sábados.
Quiero seguir mirando sus uniformes rojos y sus uniformes azules, sus caras alegres o tristes, sus vidas que sí parecen vidas, sus abrazos y sus palmadas en el hombro.  Se me diluye el hijo que no tengo cuando veo que todos se han marchado ya. Entonces empiezan a entrar otros niños un poco más grandes. Unos van solos y otros con sus padres que cada vez llegan menos en pareja por aquello de las divisiones.
Supongo que uno de esos padres que va solo se sentará en la grada para animar a su hijo que hoy jugará desde que empieza el partido. Supongo que en algún momento la vista se le perderá en el verde y el pensamiento vagará por cuestiones que nada tienen que ver con el niño ni con el deporte. Olvidará por unos segundos que tiene un hijo jugando a unos metros porque él estará pensando en cómo resolver una situación que de tanto en tanto le agobia. Supongo que se sentirá un poco confundido  y  entonces mirará  de reojo cómo su hijo acaba de ejecutar un pase clave para el gol de la victoria. Un pase increíble que lo sacará del marasmo y le hará gritar “Molt bé, Bernat” porque como padre de hijos que existen y que corren por el campo de futbol lo que se espera de ellos es que sean felices y que cumplan sus metas aunque a veces se desee tener un sábado de esos que ya apenas existen: un sábado de soledad para leer, para escribir, para ver alguna película, para salir a tomar algo y para inventarse seres que no existen.

martes, octubre 02, 2012

La fascinación por los mapas


En la novela “El mapa y el territorio” de Houellebecq, Jed, el protagonista, se dedica a fotografiar mapas de la guía Michelín como parte de un proyecto artístico. Su exposición se titula “EL MAPA ES MÁS INTERESANTE QUE EL TERRITORIO” y me parece que en torno a esa premisa gira toda la novela. Pero yo no vine aquí a hablar de este libro, o al menos, no de momento. Me interesa de la novela el nombre, la representación que es en sí (un mapa de las frivolidades) y la representación de las representaciones.
Según Franco Farinelli, un geógrafo italiano, hoy en día el mapa precede al territorio porque buena parte de nuestro mundo está basado en representaciones y, siguiendo a Heidegger, recuerda que los occidentales creen que la representación del mundo es el mundo. En este modelo de la modernidad, dice Farinelli, se prevé que el sujeto esté inmóvil.
Siempre he sentido fascinación por los mapas geográficos. Por los mapas en sí porque a mí rara vez me representan la realidad. Muchas veces me he perdido con el mapa en la mano porque voy caminando en dirección contraria. Antes me angustiaba eso, pero después aprendí que hay cierta gracia en perderse, sobre todo cuando se está de vacaciones. No me gusta preguntar a la gente en la calle porque no confío que su lógica y la mía puedan hacer intersección en un plano mental que me lleve al lugar indicado. Pienso raro.  Mi fascinación por los mapas se vio reforzada cuando trabajé en una cartoteca a la que entré con cierto desánimo porque yo prefería la biblioteca. Ahí aprendí a sacar escalas para mapas pequeños, a guardar correctamente los planos de papel en esos cajones que parece que albergan muertos y me liberé de estar acomodando cientos de libros en los estantes. En la cartoteca vi que la gente, además de los mapas que necesitaba, solía pedir mapas sobre sus pueblos y ciudades. Hay una necesidad intrínseca por ver la representación de lo habitado. Supongo que es práctica habitual buscar lugares conocidos en el Google Maps. Yo lo hago con frecuencia para visitar la casa de mi madre, después deposito al mono amarillo en el street view y lo obligo a hacer el recorrido a la tiendita, pero el grado de detalle no da para ver los cigarros y la coca cola que yo compraría.
Todo lo anterior venía a cuento después de ver la exposición “Cartografías contemporáneas” y pensar en que encontraría además de estos mapas físicos, otras representaciones. Todo puede ser representado. Y yo creo que por esta fascinación derivada de los mapas geográficos, que son los primeros que conocemos (“¿me da un mapa de la República Mexicana con división política y sin nombres?”), me gustó tanto el enfoque de Análisis de Redes y sus posibilidades de representación visual. Por eso eché muchísimo de menos que en la exposición no hubiese un apartado más grande dedicado a la representación de redes ahora que está de moda con la popular creencia de que los que hacemos redes nos dedicamos al Internet. Yo pensé que enfocarían el potencial en los grafos de redes, por su actualidad y porque no dejan de ser mapas en donde los sujetos están estáticos, sí, pero la capacidad interpretativa de las ciencias sociales los pone en acción. Me llevé un pequeño chasco aunque la exposición en sí está muy bien montada y hay un montón de material interesante.
Cuando descubrí el programa Gephi me puse a redearlo todo. Y como buena dispersa que soy, en lugar de centrarme en mi tema, me puse a hacer composiciones poéticas en redes, a graficar la endogamia de mi clan tlaxcalteca, a graficar mi pasado y a hacer mi egroed y la de otros.
Casi todo es susceptible de ser explicado y simplificado con una representación (discúlpeseme la posmodernidad) y en eso me entretengo. Por eso cuando encontré el fichero de la novela “Los miserables” de Víctor Hugo me dediqué a jugar con ella un buen rato suprimiendo personajes y visualizando la historia.  El gráfico de aquí abajo (que ya estoy suponiendo que no podrá visualizarse en toda su plenitud) muestra a los personajes, a los grados (Indegree/outdegree) y, para esta representación, los agrupé en modularidades o subredes. Quien se haya leído la novela, encontrará la lógica. Quien no, puede regodearse en la representación por sí misma aunque no sea más interesante que el territorio. Esto no es una novela, los mapas no son el mundo, pero como toda fotografía, tiene su punto de curiosidad por la inmovilidad de los elementos y por la presentación de un momento que nos sugiere un todo, un alguien, un lugar. Un todo conocido o un todo desconocido. En ambos casos, el mapa, remite a una realidad o a sí mismo como realidad per se.

                                              

domingo, septiembre 30, 2012

Karma dominguero de la Línea1



Este iba a ser un post bien documentado y reflexivo sobre una exposición que acabo de visitar y que tiene que ver con mis temas de investigación y blablablá, pero, como siempre, me pierde el maravilloso mundo de la anécdota insulsa.
Venía domingueando despacio, sin prisa ninguna por volver a casa, intentando estirar las últimas horas de la tarde.  Me detuve en la boca del metro y me acodé como si estuviera esperando a alguien, fijando la vista en el teléfono y viendo a la gente que subía por las escaleras eléctricas.  Un chico me mira y está a punto de saludarme pero se arrepiente. Yo no correspondo al gesto y sigo con mi pose de espera. El chico se coloca cerca de mí y es evidente que también espera a alguien así que lo miro y doy un paso hacia él. Él vuelve a mirarme y entonces pienso que seguramente quedó con alguna mujer que no conoce y por eso está desubicado. Puede ser que esté esperando a una chica a la que venderá algo que anunció en Internet. También puede ser que sea la amiga de un amigo o una cita a ciegas. Esto último me parece menos probable pero convierte a la anécdota en historia. En una historia fallida, auguro, pero en una historia.
Siento que tengo el control sobre una especie de breaching experiment. Recuerdo a Garfinkel y a sus experimentos de ruptura del sentido común y viajo en el tiempo unos cuantos años, cuando me daba por hacer estas cosas con cierta frecuencia con el entusiasmo de la recién descubierta sociología. Había que teorizarlo todo, tenía esas ganas.  Veo que el chico sigue esperando y lo vuelvo a mirar pero ahora con un poco de insistencia, entonces por fin se acerca y me dice: ¿Gabriela? y le contesto que no con ensayada naturalidad porque esperaba este momento.  De hecho, mi pequeña victoria consistía en que el tipo por fin me preguntara si yo era aquella. Pequeñas victorias estúpidas para diminutas crueldades cotidianas. Antes de que se girara a seguir buscando a Gabriela, un par de nórdicos me preguntan que qué es eso que está enfrente. Les contesto que es una antigua plaza de toros convertida en centro comercial. Se los digo con un tono indignado, como diciendo “vaya mierda”, pero a ellos les entusiasma la idea, me dan las gracias y se disponen a cruzar la calle. Cuando volteo, el chico ya está con Gabriela. Gabriela es mi antítesis. Estoy segura que el chico tenía la descripción pero parece ser que hoy en día cualquier mirada ya es una afirmación o una pregunta.
Me subo al metro pensando en la tontería que acabo de hacer y me río. El vagón no viene lleno pero tampoco hay asientos y me quedo de pie. Un par de paradas después, un hombre saca un cuaderno y se pone a dibujar.  Pienso que dibuja a la chica que está detrás de mí, así que me muevo con todo y mi complejo de muro. En Urquinaona sube bastante gente, la puerta abre del otro lado y en esos reacomodos logro ver el cuaderno de reojo y alcanzo a ver un rizo como el que se me hace junto a la oreja, una oreja y mi arete. Una cadena cortita que sostiene tres bolitas y remata en una gota: inequívocamente es mi arete. No sé qué hacer.  Finjo que no me doy cuenta pero yo no me muevo. Volteo a ver a la gente que viene sentada y al girar la cara hacia  donde la tenía, levanto un poco la cabeza para disimular papada. El dibujante es discreto. Apenas me mira pero una mujer que viene atrás de él observa alternadamente la hoja y mi rostro. Me parece que voy en un tren y que la siguiente parada es en el próximo pueblo que está a miles de kilómetros.  
Vuelvo a girarme y veo que hay chicas muy guapas, que debió dibujarlas a ellas. ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí? pienso mientras procuro no ponerme roja como un tomate, cosa que me ocurre a la menor provocación.  Recuerdo al chico de hace rato y lo incómodo que lo hice sentir y rumio esas cosas del karma en las que nunca creo pero, caray, todo es muy raro. Empiezo a sentir angustia pero sé que no es una angustia nueva, es otra que ya traía puesta pero que entre museo y experimentos sociales había puesto entre paréntesis. Me siento invadida y, confieso, un poco halagada. Y cuando cavilo en el halago, enseguida pienso si no es un hombre que colecciona retratos de las mujeres más feas que ha visto en su vida. Me miro en las puertas del metro y pienso que no estoy fea. Bueno, no tan fea como para pertenecer al catálogo de las Grandes Obras Maestras de la  Fealdad Humana.
El hombre baja en Sagrera y no puedo ver el resultado. El metro vuelve a su velocidad habitual y la mujer que miraba el dibujo me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. Creo que me merezco la incomodidad por estar buscando interacciones con desconocidos sólo por el gusto del  experimento. Me lo merezco y entiendo el sentido del castigo redentor. En mi pequeño universo de diminutas perversidades, todo vuelve a quedar en orden. Suspiro muy hondo y la angustia reverbera. Mañana es lunes. 

domingo, septiembre 16, 2012

Nueve...

Nueve años de inconstancia bloggera pero aquí seguimos.
Más que celebración es pura nostalgia por aquellos años en que escribía a borbotones sin ninguna pretensión, sin cuestionar la legitimidad de mis catarsis y sin reparar en las complicaciones de mostrarse con tanta desfachatez.
Nueve años, cuatro computadoras, tres casas, tres ciudades fijas, dos países, varios viajes, algunas rupturas, varias confesiones y un montón de silencios. Cada vez más silencios.
El día que inauguré este blog tenía una resaca espantosa. Es lo poco que recuerdo de manera objetiva.  Lo demás son todas estas ficciones que cada vez importan menos. 
Hace nueve años este blog, esta ventana con la ciudad a mis pies y una cantidad apenas suficiente de esperanza.  De todo eso, sólo queda el blog. A lo mejor por eso, mal que bien, lo conservo. 






viernes, septiembre 07, 2012

Sobre bordar un pañuelo


…No tornaràs mai més, però perdures 
en les coses i en mi de tal manera 
que em costa imaginar-te absent per sempre.

Miquel Martí i Pol


Yo elegí bordar un nombre entre muchos otros o el nombre me eligió a mí por dos características: “estudiante de sociología” y “murió haciendo una pinta por la paz”. “Suri” le decían a este chavo cuyo nombre he traído paseando en mi bolsa.  José Fidencio, se llamaba. Cuando tracé las letras con lápiz sobre el pañuelo, Cordelia me contó que murió a causa de una bala perdida mientras hacía su servicio social. 

Me decidí por una puntada sencilla, las manualidades no son lo mío. Las primeras puntadas fueron compartidas, hablando de la situación en México frente al Zoo de Barcelona y sabiendo que nuestro gesto simbólico también era para nosotros mismos una reflexión sobre el aquí y el allá y la muerte. Tanta muerte inocente. Tanta rabia por ello.

Me llevé al pañuelo de José Fidencio a tomar unas cervezas con Nuria,  también paseó por el metro y me acompañó a comprar el pan. Cada vez que retomaba el bordado pensaba en él, pero puntada tras puntada los pensamientos se iban transformando. Pensaba, por ejemplo, en que “Suri” podía ser cualquiera de mis compañeros de Sociología. Pero también pensaba en el bordado y la perspectiva de género. En las labores del hogar. En que la madre Gertrudis me había enseñado a bordar hace más de veinte años. En que estaba desperdiciando mucho hilo y la misma monja nos había contado que una santa pasó mucho tiempo comiendo en el purgatorio los hilos que había desperdiciado. En la concepción del pecado en el mundo contemporáneo. En si debía sentirme o no culpable de lo que según ciertas normas podía ser un pecado. En el nombre civil del pecado. En los pecados de José Fidencio.  En cómo juzgaría José Fidencio las confesiones entre Nuria y yo. En si se reiría de nosotras o apoyaría nuestras teorías. En si José estaría enamorado y cómo y de quién. En qué injusta manera de morir.

A veces le hablaba al “Suri”: “Mira, José, te estoy bordando en catalán porque creo que te gustaría estar en otras lenguas y si pudieras, dirías que estuviste en Barcelona.  Cuento tu historia en catalán para que otros la sientan cercana. Mira, José, ya me di cuenta que la inercia del castellano me hizo cometer una falta de ortografía pero ahorita la arreglamos porque todo tiene arreglo menos tu muerte y entonces yo ya no sé por qué te hablo si sólo puedo llenarte de hilos”.

Fueron muchos los ciclos de pensamiento a la hora de bordar el pañuelo.  Ha sido un duelo, pero también un constante monólogo interior que termina casi siempre en el dolor.  Entonces dejaba el pañuelo y me venía a Internet a perder el tiempo y a ver otras historias de gente que sigue viva y otras tantas de gente que ha muerto.  En el ocio internáutico busqué a José Francisco García Neri y el Google me devolvió su imagen. “Cara de buena onda”, pensé.  Y lo imaginé codo a codo en la misma clase pasándonos fotocopias de Weber o cambiando el mundo en una cafetería. Cosas de sociólogos.

Me tardé mucho en terminar el pañuelo. Además de torpe soy inconstante. Un amigo que murió hace poco me dijo varias veces: “si te dedicaras a lo tuyo de manera consistente, serías un genio” se equivocaba el pobre, pero ya qué, no podrá ser desmentido. Vuelvo a pensar en la muerte.

Espero que no me sea tomada en cuenta la irregularidad del trazo, el horrible terminado que evidencia mi impericia, las letras dispares, la calidad del hilo, las reflexiones absurdas y la tardanza. Aquí está el pañuelo. Aquí está José para que no se nos olvide su nombre, su historia y su vida truncada.

viernes, agosto 24, 2012

Sissí


Yo fui una lectora compulsiva. Ahora lo soy a rachas pero de niña leí absolutamente todo lo que cayó en mis manos y así aprendí muchas cosas, como por ejemplo, que no debía decir que leía todo lo que caía en mis manos y que hacerme la tonta es el mejor recurso para que cayera de todo en mis manos.  Lo mismo leía  Salgari y Verne que las Cosmopolitan de mi tía, los periódicos y las “Lágrimas y risas” del salón de belleza. En una de estas novelillas gráficas aprendí que “la única virtud que puede ofrecer una chica obrera es su decencia” y esta frase me quedó marcada para siempre y no por ningún trasfondo moral sino porque a esa edad yo no conocía a ninguna obrera y “decencia” significaba sentarse con las piernas juntas y que no se te vieran los calzones.
Desde chiquita he sido cursi aunque desde entonces he tratado de ocultarlo con mayor o menor acierto.  Todso esto viene a la memoria porque viendo un librero ajeno me encuentro con el libro que más veces he leído en mi vida: Sissí en Baviera.  Sí, sí, Sissí. En realidad eran tres libros editados por Bruguera con sobrecubiertas y tapa dura. Las historias  podían leerse de forma resumida a través de las viñetas intercaladas o de manera convencional. Los leí muchas veces de ambas maneras sobre todo las partes románticas. Me sabía incluso los diálogos de memoria y además, era una princesa que existió, no como las de Disney que eran todavía más inverosímiles porque todo acababa bien.
No había nada, salvo los caballos, que me acercara a Sissí. No sufrí traumas por ello, ni me sentí princesa jamás. Siempre tuve clara mi función de niña poco agraciada, sabihonda y poco hábil. Europa era una cosa lejana y elegante de la que yo recibía regalos cada cierto tiempo pero no era cosas de princesas, eran camisetas, bolsas, muñecas y medallitas de la Virgen bendecidas por el Papa.  Así que cuando descubrí a la verdadera Sissí y a su príncipe tan hermoso como déspota y cabrón, dejé de leer los tres libritos que olían a viejo. Esos libros eran ediciones de finales de los cincuenta procedentes de una colección que había pertenecido a mi papá.
No sé qué habrá sido de aquellos libros.  Saco éste ejemplar del estante ajeno y lo ojeo con nostalgia. Recuerdo a todos los personajes, las tramas, los dibujos, el carnet de baile, el cotillón, los campos de Baviera y pienso en si no habrán hecho mella en mi educación sentimental por más distancia que desde niña haya establecido con Sissí. Infancia es destino, dicen. De cualquier forma fue bonito recordar esas vacaciones con los ojos pegados a las letras todo el maldito día y con la lamparita bajo las sábanas por la noche. Fue mucho antes de decidir que la vida entre cuatro paredes me aburría.  Fue cuando pensaba que el amor era una cosa excepcional y no estos pantanos extraños. Sissí emperatriz siempre le ganó a la Cosmopolitan con su remedo de Barbie trepadora ejecutiva.

lunes, agosto 13, 2012

Alcancía


Ahora le digo hucha pero de niña era mi alcancía.
No era un puerquito, era una muñeca de pelo negro y largo con una abierta en la cabeza por donde se le introducían las monedas. A su lado tenía una maleta café.
A lo mejor por eso siempre que tuve dinero huí a donde pude. Aunque también huí cuando no lo tuve. Siempre tuve cierto ingenio para viajar. Siempre tuve cierto ingenio para largarme a donde se me pegó la gana. Yo era esa niña de pelo negro y una rajada en la cabeza por la que entraban todas las locuras posibles.
Ahora que no tengo hucha, mi escaso dinero está en una cuenta bancaria con pocos cajeros automáticos disponibles y todavía menos efectivo. 
Parece que fracasaron todos los planes: el ahorro infantil, la huida juvenil y la madurez sosegada que da el dinero puesto a salvo.
No sé si fracasó también mi eterna huida. Todavía tengo pies, maleta, pelo negro y un hueco en la cabeza.



viernes, julio 27, 2012

El papel del papel




En lo que va del año he publicado en tres revistas de papel.  Hace unos años lo de “de papel” resultaría un pleonasmo, una obviedad, pero hoy ya no sé si es un romanticismo anacrónico, un tipo de resistencia textual o si sigue siendo la vía más idónea para publicar.  Y es que aunque buena parte de mis estudios y de mi actividad se centra en cuestiones digitales mi pequeña parcela literaria sigue estando física y  sentimentalmente ligada al papel.  

Caravansari: factura impecable, contenido asombroso
Por diferentes razones, me hacía mucha ilusión publicar en estas tres revistas.  La razón común es que las tres están editadas con mucho cuidado y eso es algo de agradecerse en estos tiempos de cosas hechas al vapor y de inmediatez.

La invitación a participar en Caravansari fue la primera. Caravansari: poesía contemporánea en lenguas peninsulares, es una revista que se hace esperar pero que está hecha con mucho esmero y paciencia.  En este número Pablo Molinet elaboró un dossier que después fue titulado como "Doce mejicanos + una" (así con jota, yo qué quieren que haga)  Y Mateo Rello, director, impulsor, editor; me añadió a esa selección de una manera simpática y condescendiente (yo soy la + una), asunto que le agradezco mucho.  Me gusta pasar por la librería La Central y ver la publicación exhibida en el revistero. Así de simple es mi ego.




Parteaguas: revista estatal con calidad
La siguiente publicación fue la de Parteaguas. Esta revista la edita el Instituto de Cultura de Aguascalientes y aquí participo con un cuento.  Contar quién me invitó y por qué, me sigue generando un nudo en la garganta, pues ni siquiera pude decirle a Fernando Paredes que por fin ya tenía la revista en mis manos. Cada vez que la hojeo no dejo de pensar en él y en lo absurdo de que ya no esté con nosotros, pero esto ya es una historia que corresponde a otro orden de ideas y de sensaciones de carácter intimista. El dossier central está dedicado a las migraciones (uy, qué raro escribir literatura junto a ensayos divulgativos que es lo que según mi conciencia académica bien podría estar haciendo).  Además comparto con Tona y con Leonardo páginas y sentimientos respecto a lo que significa esta revista para nuestro pequeño clan digital y la ausencia de nuestro amigo mutuo. 


Paralelo Sur: de lo local a lo global
Por último, gracias a los esfuerzos de Jordi Gol, la revista ParaleloSur, dedicó su número 10 a los poetas de Santa Coloma, a esta fauna local y loca con la que se coincide de forma cotidiana en las calles y en los bares.  Sobre todo en los bares.  En esta selección también entré yo como  última muestra de la multiculturalidad de esta ciudad cuyo catalanismo empieza en el centro, se “acharnega” en los siguientes barrios y acaba fundiéndose con este remix cultural que me sitúa como parte de un yo qué sé. La cuestión es que ahí estoy, muy contenta y halagada de compartir páginas con amigos y admirados (algunos nomás amigos, otros nomás admirados y los más, ambas cosas).

Las tres publicaciones son inconseguibles en la red. Caravansari tenía una página pero Mateo Rello, analógico de corazón y repelente a las plataformas de redes sociales de Internet, no la alimenta. Creo que ya perdió el dominio.  Supongo que los antologados de México querrán leerla, pero no sólo ellos.  El número completo es una joyita, lo digo de verdad. Ojalá lleguen un buen número de ejemplares. Ya veremos cómo sin que represente un gasto brutal. Es que el papel pesa bastante.

Parteaguas tiene su página de facebook  y ante algunas preguntas sobre la digitalización de la revista, la editora  ha expuesto que el proyecto es en papel, la apuesta es en papel. Me costó mucho hacerme de unos ejemplares básicamente porque me quedé sin interlocutor (Fer cabrón, nunca me mandaste las revistas con tu foto en pelotas). Por suerte tengo una madre madraza y es que aunque estoy casi segura de que no le gustó el cuento (mamá, es ficción), me mandó con una amiga cuatro ejemplares y así pude constatar qué bonito es el papel couché y qué linda ilustración hizo Sumi Hamano Yabuta para mi relato.

Paralelo Sur tiene su página web e incluso hay un número de la revista que se puede descargar en PDF. Es claro que su prioridad es la revista al tacto y me imagino (de hecho casi lo sé) que no han tenido tiempo para dedicarle a la versión online. No son buenos tiempos para la lírica y la vida cotidiana apremia.  Eso ya se sabe.

La cuestión es que en este mundito binacional online en el que vivo, compartir archivos estaba siempre al alcance de un clic.  Hay gente a la que me gustaría mostrar lo publicado. Gente de allá que lea lo de aquí y gente de aquí que lea lo de allá.  No mucha, la verdad, pero haberlos, haylos.  

Eso sí, el papel del papel sigue siendo maravilloso.  Mis textos huelen a tinta y me encanta la idea. Por eso navego entre el papel y lo digital, entre México y Catalunya, entre esto y lo otro. Es un placer no decidirme nunca por nada. Es un placer jugar a que en mi mundo lo tengo todo. Eso sí que es un mundo virtual y no lo que ahora les ha dado por llamar virtual... pero eso forma  parte de otra idea que no viene a cuento ahora. 


¡Larga vida al papel!

viernes, febrero 03, 2012

Por el derecho a la tristeza


No quiero estar contenta, quiero estar triste.  Quiero ejercer mi derecho a la tristeza y que nadie me venga con monsergas ni con alegrías que duran lo que duran tres cervezas y un tequila.  Quiere estar triste porque me lo merezco, porque es el sentimiento más íntimo y menos fácil de compartir.  Quiero ejercer mi derecho a no cenar, a encerrarme en un cuarto prestado, a caminar por las calles y sentir frío, a merodear mis laberintos sin buscarles salida  y a que todo tenga que ver exclusivamente conmigo. Quiero estar triste hacia dentro y que nadie me acose preguntándome qué me pasa porque no me  pasa nada extraordinario, solamente ocurre que me siento atrapada en unos días que por capricho tienen diferentes nombres pero que no dejan de ser un larguísimo martes multiplicado por siete. Nada novedoso. Supongo que comparto el sentimiento con millones de seres humanos pero yo lo llamo (y lo siento) tristeza, otros le llaman frustración y otros más simplemente no lo llaman porque es más fácil desconvocar fantasmas que ponerles nombre y conversar con ellos.
  Todo esto me resulta tan sencillo como necesario a pesar del empeño sistemático por pintar de rosa estas ruinas, por ningunear mi ánimo en pos de un futuro que me importa una mierda y de un presente que es como engrudo frío. Necesito volver a la medianía de la tristeza que no se tira al drama, a la tristeza tibia que duerme todos los deseos, a la tristeza solita que no necesita frases hechas ni por hacer, a la tristeza que se encierra en su propio ombligo para oír a gusto toda aquella selección de canciones afligidas amordazadas por otros ritmos.  Ya no caeré en la trapa que me tienden cuando me dicen “ya estás grande para jugar a ser adolescente” porque yo ya era triste cuando era niña.  Porque para que estar triste no sea una moda juvenil hay que saber guardarla como es debido y pasar los torniquetes del metro sin que nadie advierta que se trae a cuestas una mascota que no tiene dientes pero muerde.
 No me pasa nada. Ni se asusten ni pregunten. He perdido tantísimas cosas que lo único que quiero es conservar intacto mi derecho a la tristeza.