sábado, octubre 20, 2012

Sábados que existen



Supongo que habrá miles de campos de futbol en todo el mundo.  Supongo que todos los sábados miles de padres y miles de hijos cumplen el ritual de levantarse temprano y salir a animar los unos, a jugar los otros. Supongo que se irán a comer contentos o frustrados con sus derrotitas y sus pequeñas victorias. Pero también supongo que para ellos es el epicentro de algo importante, de crecer y ver crecer, de la salud personal y familiar, de la rutina que juega a romperse con la rutina misma.
Veo salir a los niños con sus grandes maletas pegadas a sus pequeños cuerpos y despedirse de los demás mientras los padres se quedan en grupos o adentro del auto. Algunos padres van en pareja y otros van solos: división de las tareas domésticas o división de la vida conyugal.  Algunos me miran pero finjo esperar al hijo que no tengo: se llama Bernat y lleva el 10 en la espalda. Se puso feliz cuando pudo elegir ese número: “como Messi” me dijo y yo le sonreí porque el hijo que no tengo no es muy hábil con el balón pero se esfuerza bastante y sobre todo se divierte y a fin de cuentas eso es lo que una como madre de hijos inexistentes espera de ellos: que sean felices, que se diviertan y que gocen los sábados.
Quiero seguir mirando sus uniformes rojos y sus uniformes azules, sus caras alegres o tristes, sus vidas que sí parecen vidas, sus abrazos y sus palmadas en el hombro.  Se me diluye el hijo que no tengo cuando veo que todos se han marchado ya. Entonces empiezan a entrar otros niños un poco más grandes. Unos van solos y otros con sus padres que cada vez llegan menos en pareja por aquello de las divisiones.
Supongo que uno de esos padres que va solo se sentará en la grada para animar a su hijo que hoy jugará desde que empieza el partido. Supongo que en algún momento la vista se le perderá en el verde y el pensamiento vagará por cuestiones que nada tienen que ver con el niño ni con el deporte. Olvidará por unos segundos que tiene un hijo jugando a unos metros porque él estará pensando en cómo resolver una situación que de tanto en tanto le agobia. Supongo que se sentirá un poco confundido  y  entonces mirará  de reojo cómo su hijo acaba de ejecutar un pase clave para el gol de la victoria. Un pase increíble que lo sacará del marasmo y le hará gritar “Molt bé, Bernat” porque como padre de hijos que existen y que corren por el campo de futbol lo que se espera de ellos es que sean felices y que cumplan sus metas aunque a veces se desee tener un sábado de esos que ya apenas existen: un sábado de soledad para leer, para escribir, para ver alguna película, para salir a tomar algo y para inventarse seres que no existen.

martes, octubre 02, 2012

La fascinación por los mapas


En la novela “El mapa y el territorio” de Houellebecq, Jed, el protagonista, se dedica a fotografiar mapas de la guía Michelín como parte de un proyecto artístico. Su exposición se titula “EL MAPA ES MÁS INTERESANTE QUE EL TERRITORIO” y me parece que en torno a esa premisa gira toda la novela. Pero yo no vine aquí a hablar de este libro, o al menos, no de momento. Me interesa de la novela el nombre, la representación que es en sí (un mapa de las frivolidades) y la representación de las representaciones.
Según Franco Farinelli, un geógrafo italiano, hoy en día el mapa precede al territorio porque buena parte de nuestro mundo está basado en representaciones y, siguiendo a Heidegger, recuerda que los occidentales creen que la representación del mundo es el mundo. En este modelo de la modernidad, dice Farinelli, se prevé que el sujeto esté inmóvil.
Siempre he sentido fascinación por los mapas geográficos. Por los mapas en sí porque a mí rara vez me representan la realidad. Muchas veces me he perdido con el mapa en la mano porque voy caminando en dirección contraria. Antes me angustiaba eso, pero después aprendí que hay cierta gracia en perderse, sobre todo cuando se está de vacaciones. No me gusta preguntar a la gente en la calle porque no confío que su lógica y la mía puedan hacer intersección en un plano mental que me lleve al lugar indicado. Pienso raro.  Mi fascinación por los mapas se vio reforzada cuando trabajé en una cartoteca a la que entré con cierto desánimo porque yo prefería la biblioteca. Ahí aprendí a sacar escalas para mapas pequeños, a guardar correctamente los planos de papel en esos cajones que parece que albergan muertos y me liberé de estar acomodando cientos de libros en los estantes. En la cartoteca vi que la gente, además de los mapas que necesitaba, solía pedir mapas sobre sus pueblos y ciudades. Hay una necesidad intrínseca por ver la representación de lo habitado. Supongo que es práctica habitual buscar lugares conocidos en el Google Maps. Yo lo hago con frecuencia para visitar la casa de mi madre, después deposito al mono amarillo en el street view y lo obligo a hacer el recorrido a la tiendita, pero el grado de detalle no da para ver los cigarros y la coca cola que yo compraría.
Todo lo anterior venía a cuento después de ver la exposición “Cartografías contemporáneas” y pensar en que encontraría además de estos mapas físicos, otras representaciones. Todo puede ser representado. Y yo creo que por esta fascinación derivada de los mapas geográficos, que son los primeros que conocemos (“¿me da un mapa de la República Mexicana con división política y sin nombres?”), me gustó tanto el enfoque de Análisis de Redes y sus posibilidades de representación visual. Por eso eché muchísimo de menos que en la exposición no hubiese un apartado más grande dedicado a la representación de redes ahora que está de moda con la popular creencia de que los que hacemos redes nos dedicamos al Internet. Yo pensé que enfocarían el potencial en los grafos de redes, por su actualidad y porque no dejan de ser mapas en donde los sujetos están estáticos, sí, pero la capacidad interpretativa de las ciencias sociales los pone en acción. Me llevé un pequeño chasco aunque la exposición en sí está muy bien montada y hay un montón de material interesante.
Cuando descubrí el programa Gephi me puse a redearlo todo. Y como buena dispersa que soy, en lugar de centrarme en mi tema, me puse a hacer composiciones poéticas en redes, a graficar la endogamia de mi clan tlaxcalteca, a graficar mi pasado y a hacer mi egroed y la de otros.
Casi todo es susceptible de ser explicado y simplificado con una representación (discúlpeseme la posmodernidad) y en eso me entretengo. Por eso cuando encontré el fichero de la novela “Los miserables” de Víctor Hugo me dediqué a jugar con ella un buen rato suprimiendo personajes y visualizando la historia.  El gráfico de aquí abajo (que ya estoy suponiendo que no podrá visualizarse en toda su plenitud) muestra a los personajes, a los grados (Indegree/outdegree) y, para esta representación, los agrupé en modularidades o subredes. Quien se haya leído la novela, encontrará la lógica. Quien no, puede regodearse en la representación por sí misma aunque no sea más interesante que el territorio. Esto no es una novela, los mapas no son el mundo, pero como toda fotografía, tiene su punto de curiosidad por la inmovilidad de los elementos y por la presentación de un momento que nos sugiere un todo, un alguien, un lugar. Un todo conocido o un todo desconocido. En ambos casos, el mapa, remite a una realidad o a sí mismo como realidad per se.