lunes, febrero 10, 2014

La Venus de las pieles y los juegos de Polanski

(Originalmente publicado en http://estamosrodando.com/)
Un atractivo plano-secuencia de una lluviosa calle de París nos conduce a un teatro en el que Thomas (Mathieu Amalric), está desesperado porque no encuentra a la actriz ideal para representar a Wanda. Mojada por la lluvia, con el zapato roto y mascando chicle, entra una mujer solicitando a Thomas que le haga la prueba para interpretar al personaje que busca. Aunque a primera vista no es lo que Thomas espera, éste accede a hacerle la prueba después de muchas súplicas de la estridente mujer que, casualmente, también se hace llamar Wanda (Emmanuelle Seigner).
Esta película va en la línea de su anterior producción, 'Carnage' (2011), basada también en una obra de teatro. Si en aquella vimos a cuatro personajes en un apartamento sosteniendo diálogos sobre la condición humana, en esta veremos solo a dos y en un espacio todavía más reducido. La profundidad en 'La vénus a la fourrure' es mayor que en 'Carnage': la intimidad es absoluta y se desprende poco a poco de los constreñimientos sociales convirtiendo al espectador en un voyeur.
Lo que ocurre entre los dos personajes en el acotado espacio de la sala de teatro, se multiplica como en un caleidoscopio. Las referencias culturales comienzan con la ingenua pregunta pop de Wanda: "¿Esto se llama 'Venus in fur' por la canción de Lou Reed?" Y no, no se llama así por eso. Thomas explica a la alocada mujer que la obra teatral es una adaptación del libro 'La Venus de las pieles' de Von Sacher-Masoch en donde Severin es el alter ego de Masoch y Wanda von Dunajew, la ficcionalización de la escritora Fanny Pistor. A lo largo de un casting que se prolonga gracias al brillante desempeño de Wanda, aparecerá también lo que hay de Severin en Thomas y lo que hay de Venus en Wanda.

La Venus en el espejo de Tiziano
El juego de espejos y reflejos cambiantes no se limita a la fusión de los personajes del libro con ellos mismos, sino que propone una revisión de los roles de género, de la sumisión, del feminismo, de los estereotipos sociales y de la complejidad de las relaciones humanas. Gracias a un guión que parece simple porque está perfectamente estructurado, la película es capaz de mantener la tensión dramática y sexual con elegancia, con humor negro y con digresiones acertadas.
Si la pieza resulta brillante es también gracias a las actuaciones de Amalric y de Seigner. En especial de esta última, quien no solo convence en un papel que en un principio podría parecer destinado a alguien más joven, sino que lo desarrolla y lo hace propio de manera que resulta difícil concebir a alguien más interpretando a Wanda.

Magnética Seigner
Aunque la obra de teatro original es de David Ives, no podemos dejar de pensar en un último giro del caleidoscopio más allá de la ficción: ¿Qué hay de Emmanuelle, pareja en la vida real de Polanski, en Wanda y qué hay de Thomas en Polanski? ¿En qué medida esta película es una justificación moral del polémico Polanski? Es inevitable buscar pistas y no pensar que, en cierta forma, es un 'film à clief' que involucra al actor y a la protagonista, pero más allá de esas conjeturas, la película es magistral por sí misma.

martes, enero 14, 2014

Manual de métodos extremos para no dormirse en una conferencia aburrida


(Hoy encontré en un bolso que hace tiempo que no uso, un rollito de papel que contenía las siguientes instrucciones. Me pareció bueno compartirlas por la utilidad práctica que puedan llegar a contener)

Diogenismo de bolsillo


Fingir. La primera y casi única regla es fingir. Finge, como ahora, que estás tomando apuntes. Después del punto, miras al conferencista directamente hasta que los párpados vuelvan a ceder. Cuando los párpados caen (como justo hace unos momentos), asientes con la cabeza. Una vez. Dos veces. Fundir el cabeceo con la afirmación. Cambiar de posición hasta adoptar una postura de interés. Así, muy de manual de gente aficionada a la Programación Neurolingüística: mano en la barbilla, pierna cruzada, cabeza ladeada... algo así, muy tópico pero que te obligue a moverte un poco para despejar el sueño aunque sea otro ratito.

Después, volver a la escritura del texto "Manual de métodos extremos para no dormirse en una conferencia aburrida". En este punto la necesidad de dormir ya estará instalada como una nube de mosquitos sobre un frutero en verano. Entonces se escriben cinco palabras y se deja perder la vista en el horizonte. 

Escribes cinco palabras más. 

Otra vez la vista al frente. 

 Aquí hay que hacer una pausa más larga porque nadie, excepto tú, está tomando apuntes y eso podría ser sospechoso. 

En esa pausa larga tu mirada coincide con los otros que están más o menos en la misma situación que tú. Se sonríen pero fingen que están en ello, que tienen (tenían, tuvieron) toda su atención puesta en la conferencia. Centra tu vista en la nuca de tu compañera o compañero de adelante. (Yo tuve suerte y mi compañera tiene una nuca preciosa). Deja tu mirada ahí y de acuerdo con tu suerte imagina que le explotas un grano, que la acaricias con lentitud o que le haces un tatuaje. 

Descríbelo aquí.

 NO lo dibujes, descríbelo, porque los dibujos evidencian que no estás poniendo nada de atención. Eso sí, puedes imaginar un tatuaje de esquema y dibujar cualquier cosa que parezca que tiene que ver con algo de lo mucho que has oído en las anteriores conferencias que sobre este mismo tema has escuchado.
El esquema impostor

Ya te has pasado y el remordimiento te obliga engancharte de nuevo al discurso. Inténtalo. Por piedad, inténtalo. Medio te habrás enganchado y medio te sigues durmiendo. Momento de tomar apuntes de nuevo. 

No cometas el garrafal error de mirar el reloj. El tiempo "pasa con corteza de tortuga", decía Neruda.

 Cuando empiece la ronda de preguntas te darás cuenta de que la gente sí ponía atención. Incluso aquella que se hizo pasar por tu cómplice. Buenos fingidores que fingen que es atención la atención que de verdad pusieron (parafraseo a Pessoa y pienso que soy incapaz de sacar a colación alguna cita textual de uno solo de los teóricos que apuntalaban los cimientos del infumable rollo que acabo de no escuchar). 

 La gente hará preguntas que tú desestimarás porque lo sabes todo. No tienes nada que preguntar y deseas fervientemente que nadie más tenga nada qué preguntar. 

Usas las manos como despertador definitivo. Aplaudir para sacudir tu mala conciencia y para dar por concluido este rito académico.

Es momento de atacar el coffee break y de beber con fruición el café que deberían poner antes de las conferencias aburridas y no después. 

viernes, enero 03, 2014

Inside Llewyn Davis

(Originalmente publicado en http://estamosrodando.com/)


Llewyn Davis (Oscar Isaac) es un músico de folk que busca vivir de su música y ser reconocido.  Mientras eso ocurre, vive de sofá en sofá, de préstamo en préstamo y de desastre en desastre.
Gracias a los elementos típicos de las películas de estos hermanos, el filme encaja a la perfección en el universo coeniano: personajes entrañables y bien dibujados, recorridos épicos tanto en lo vital como en lo geográfico y una mezcla balanceada de melancolía e ironía. 
En la comparación inevitable de los Coen con los Coen,  Roland Turner (John Goodman) es el nuevo Jesús Quintana (John Turturro), porque encarna a un personaje prescindible para la secuencia lineal de la historia pero absolutamente necesario para recrear esas atmósferas a las que Joel y Ethan nos tienen acostumbrados.  Esos personajes hacen falta porque esta no es una historia coral, es la épica del antihéroe que necesita ser reforzada por interlocutores que lo cuestionan y le ayudan a revelar su carácter.
De acuerdo con varias fuentes, cuando filmaron "O, Brother, Where art thou?", los Coen aseguraron que no habían leído la Odisea de Homero: "No hemos leído el libro pero conocemos la historia", dijeron.  En esta película no hay indicios de que esta vez sí la hayan leído pero nos ofrecen una reinterpretación del texto griego quizá más acertada que la que protagonizó George Clooney, aunque con una clave tal vez muy obvia que rompe con la sutileza pretendida: cayeron en la tentación de llamar Ulysses al gato. Ulysses, por cierto, también podría ser candidato al Oscar o por lo menos a permanecer en el firmamento de las mascotas estrella del cine. Incluso tiene su propia cuenta de twitter (@El_gato_Ulises).
Ulysses, a veces hilo conductor, a veces retrato del protagonista, no es un animal empático, es un gato que se comporta como gato: huye a la menor provocación pero mira solicitando atención y afecto; casi como Llewyn, un protagonista capaz de sostener la distancia justa para que no caigas en el error de amarlo o de despreciarlo. De ser así no podría contar su historia de vuelta a ningún hogar.  Sin embargo, eso también hace que el personaje se vuelva cansino y no tanto por la interpretación de Oscar Isaac sino por la insistencia en el estereotipo de artista fracasado.
Fracasado pero siempre "cool"
La banda sonora es impecable... si te gusta el folk americano, claro. Aunque si te gusta el folk americano es probable que eches de menos una vinculación más efectiva entre el proceso creativo y el sufrimiento del artista atormentado, entre la música y el alma, porque a veces no termina de cuajar esa sucesión de números musicales en medio de una melancolía tan honda y tan desligada de su causa principal: la búsqueda de la virtud artística. Al margen de eso, y como elemento independiente, la selección de temas funciona y cuenta además con la colaboración de Marcus Munford (Munford & Sons), pareja de Carey Mulligan, quien se luce en la interpretación de Jean Berkley, la examante de Llewyn.  Como parte del elenco aparece Justin Timberlake en un papel discreto y sin brillos pero efectivo tanto en pantalla como en términos publicitarios.

Al empezar la película, Llewyn Davis, guitarra en mano y sobre el escenario de un pequeño bar dice: "Si nunca fue nueva y nunca envejece es una canción folk" y esa misma descripción podría aplicarse a la película de los Coen: no es nueva porque sigue con la fórmula exitosa y repetida, pero no envejecerá porque cada elemento está concebido para que la maquinaria funcione de manera magistral.  Es quizá la película más Coen en el mejor sentido del término. Por eso no sorprende, pero como ocurre con las melodías folk, nos hace sentir seguros y cómodos gracias al ritmo conocido, a la ejecución armónica y a lo agridulce de sus melancólicas letras. Es una película típica: típicamente Coen y nada más por eso, ya merece la pena disfrutarla.