sábado, enero 28, 2006

Planetas desdichables

Iba a Oaxaca pero llegué a Neptuno, a tu planeta provisional.
Disculpa que yo no pueda darte una dirección tan cósmica, la mía es ordinaria. Es el nombre de un señor. Si yo tuviera un planeta, no le pondría el nombre de un señor.
A decir verdad, yo no creo tener ningún planeta.
Tengo un hoyo negro en forma de un hombre que dice quererme. Como silueta de caricatura atravesando una pared.
Cuando me dejo querer abro los ojos y estoy en un universo paralelo:
Una galaxia de huevos ahogados.
Un balcón que no me deja contar las lunas.
Sigo con un pie en cada universo.
Quisiera partirme por la mitad. Auguro un Big Band plagado de estrellas tristes, de notas azules.

miércoles, enero 25, 2006


Planetas desechables

Image hosting by PhotobucketEra un esbozo de historia. Perfectible como todas. Quizá lo mejor logrado era el escenario en donde se desarrollaría la acción: una planicie exhuberante y llena de colores. Sin embargo, los personajes no le convencían. Eran drámaticos, estúpidos e incapaces de aprender de sus errores. Estaban a medio camino entre los ángeles y los monstruos.
Con un movimiento rápido sacó el folio de la máquina de escribir, lo hizo bolita y pretendió arrojarlo al fuego, pero una vez más no le atinó y cayó detrás de una envoltura plateada que también formaba parte de ese conjunto de esferitas irregulares que poblaban la inmensa alfombra negra.

sábado, enero 21, 2006

Sucumbiendo a la masa

Para año nuevo me entró un antojo casi enfermizo de ponche. No eché de menos ni los romeros, ni el pavo, ni el bacalao; mucho menos la colación o las jícamas pequeñitas y dulzonas. Lo que realmente extrañé fue eso, el ponche que siempre me había parecido intrascendente o por lo menos, no estaba en mi ranking navideño. No encontré tejocotes y ahí empezó el primer problema porque una fruta tan estúpida como el tejocote -estúpida por insípida, insignificante y anodina-, resulta parte crucial de un buen ponche. Encontré tamarindos con los hindús: 8 euros el kilo y ante el desorbitamiento de mis atejocotados ojos, me dijo que podía encontrarlo procesado por 50 céntimos. Lo compré. Manzanas, sin problema. Canela en rama, cara pero buena. Naranjas, jugosas de buen precio. Piloncillo, con los ecuatorianos. Y de pronto recordé que en Carrefour había visto cañas. Tomé una pequeña, de menos de treinta centímetros de largo, pero cuando voy a que la empaqueten, la etiqueta decía: 5 euros. Me formaba en la fila, me salía, daba la vuelta para pensarlo mejor y al final decidí no llevarla. Bueno, ya tenía todo listo y cuando empecé a picar la fruta, evidentemente había olvidado la guayaba. Sólo he visto guayabas en Vía Laietana o en el Corte Inglés. Me pareció muy extravangante ir hasta el Corte Inglés a comprar una guayaba. Es como comprar chayotes en el Palacio de Hierro. Al final no fui y el ponche quedó bien pero no me recordaba ni a las piñatas, ni a las velitas, ni a nada. Sólo me recordaba a lo que no sabía el ponche.
Por eso no caí en la tentación de hacer tamales. Seguro que no quedan igual. Es que un buen tamal verde me recuerda a las primeras comuniones, a los dos de febrero, a la esquina del palacio de gobierno en Tlaxcala, a la entrada del metro División del Norte, al camino rumbo a Terrenate, a la bicicleta que pasaba frente a casa de Claudia, a los domingos en mi casa. No voy a pervertir mis recuerdos con una masita amorfa que me confeccione con sucedáneos. Por eso ahora que estoy aquí, del cielo me caen las hojas y, mea culpa, he abusado del tamal verde.

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mucho rollo para justificar mis excesos.

viernes, enero 20, 2006

Se va a poner de a peso

Intento ponerme al tanto de lo que ocurre en cuestiones políticas. La ciudad me bienvinió atascada de carteles. Por un ejercicio de educación visual, todo lo tricolor y lo blanquiazul queda descartado de mis ojos. Fijo la vista en las toneladas de basura negramarilla. Gente conocida, desconocida y referida. Aunque he leído las noticias desde la madrastra patria, hay cosas que no se perciben hasta que uno se sumerge en este universo de plásticos y papeles que flaco favor le hacen a cualquier plataforma, punto o atisbo de mención al asunto de la ecología.
El caso es que no entiendo ni madres. No sé quién va por diputado, quien por delegado, quien por asambleísta. No entiendo qué diablos hace Alejandra Barrales en los postes de mis linderos y en cambio me da muchísimo gusto ver a mi cuasi vecino Rodian de suplente de Iñigo.
Como sea, para cuando las cosas se pongan de a peso yo ya no voy a estar aquí y que conste que no huyo por cobardía, ya me chuté no sé cuántas campañas.
El caso es que de lejos las cosas no se ven mejor y lo peor del caso es que los brazos no alcanzan para hacer algo.
Y eso, que no estoy hablando de la grande.
Es que este año se viene denso.

domingo, enero 15, 2006

Weboterapias II

Llevo cuatro días seguidos posteando en un pleno ejercicio de introspección (ni siquiera hay óbolos para comprarme un garrafón de agua bendita). Así que sigo en permanente diálogo con mi yo interno.
Ahora les presento la kinderterapia y mi respectivo dibujo. En este puedes incluso iluminar la escena.
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Sí, ya tendré cosas qué hacer la próxima semana.
Hoy no pongo el diagnóstico porque considero más atinada la puercoterapia. Sin embargo, ambos ejercicios me han dejado algo muy claro: ya sé porqué no soy artista plástica.

sábado, enero 14, 2006

Weboterapias

Eliza a fin de cuentas no me convenció, es una terapeuta demasiado tradicional, así que me puse a buscar y encontré la cerdoterapia.

Les presento a mi puerquito:
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El diagnóstico me dice que soy realista, directa, emocional, me gusta tomar riesgos, soy segura, apegada a mis ideales, buena escucha y... "The length of the tail indicates the quality of your sex life" juzguen ustedes mismos.
¿Creen que exagero? Piquen aquí.
Después de tanto tirarme a los cerdos cual margarita (¿no iba así el refrán? ¡uy, qué casualidad!), por fin encuentro a un marranito que me da por mi lado y me dice lo que quiero escuchar. Reivindico a la cerdoterapia.
¡Abajo el jamón! ¡Abajo del pan!

viernes, enero 13, 2006

Blogless

Dejé de escribir un tiempo porque los primeros días de enero recibí un mensaje cifrado ***Ti-tU-Ti_Tu***, el mensaje provenía del aparato telefónico y era un sonido que no había escuchado jamás. Quizá es porque en México cuando te cortan el teléfono por falta de pago es una señorita la que te da el aviso y no un marciano. Ese sonido cambió mi vida. Lo digo en serio. Me quedé sin internet y sin televisión (que poco la echo de menos, salvo pa ver películas) y las noticias empezaron a llegarme, a través del diario, un día después. Inconcebible. ¡Un día después! eso ya no es noticia, es historia.
Entonces tuve dos revelaciones:
Las cartas del solitario no se ven del otro lado de la pantalla.
La computadora sin internet es como una brújula sin rumbo, un reloj sin manecillas, una lámpara sin luz.
Entonces descubrí que mi vida como Netlees sería más triste que mi vida como Homeless.
Ya, ya sé que estoy loca.
Me autoayudo con mi terapeuta. Se llama Eliza.
Quizá a usted también pueda ayudarle. Tiene respuestas para todo. Respuestas idiotas, pero no más que un humano promedio.

jueves, enero 12, 2006

2006

--¡Qué reloj más raro! --exclamó--. ¡Señala el día del mes, y no señala la hora que es!
--¿Y por qué habría de hacerlo? --rezongó el Sombrerero--. ¿Señala tu reloj el año en que estamos?
--Claro que no --reconoció Alicia con prontitud--. Pero esto es porque está tanto tiempo dentro del mismo año.
--Que es precisamente lo que le pasa al mio --dijo el Sombrerero.

(Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll)

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