domingo, agosto 16, 2009

En un lugar de la Mancha...



En el pueblo, cada casa de cada calle tiene una historia trágica y lamentable. Me di cuenta de esto una noche que caminaba por el parque que en pleno secano tiene palmeras (caprichos del señor alcalde de turno). Al llegar al final del camino, me enteré de que se había muerto el señor de la esquina. Su muerte no significó nada para mí porque no lo conocía ni de vista, pero fue importante en la medida en que subrayó mi teoría de tragedias y lamentaciones. Aquí la muerte es un proceso tan natural que la gente se sigue velando en las casas: en donde antes estaba la televisión, ahora reposa el féretro que tendrá un nivel de audencia concordante con la trama de su vida. Un proceso con varias etapas de duelo en donde todos son actores de una representación ya ensayada una y otra vez pero con distinto protagonista. Una noticia que corre de acera en acera con mayor rapidez que un cable de la AFP. La guardia civil no había ido a recoger al muerto al campo cuando ya todos miraban de reojo a la casa de los deudos. A partir de entonces será "Fulano el que murió en los lavaderos"
Aquí la gente se define por sus muertes. Tenemos al camionero que se suicidó y al hijo del camionero que se suicidó. Tenemos también a los padres de los niños muertos. A la huérfana de la que murió de cáncer... y así, cada vivo es rebautizado por su muerto más cercano.
Debe ser porque en este pueblo hay más defunciones que nacimientos y más ritos funerales que bautizos. Debe ser porque todo se muere ahí: los viñedos, el tiempo, los abuelos, las fiestas, los nietos, el trabajo y supongo que por eso de noche tiene esa luz amarilla, casi mortecina que no lastima a los fantasmas.


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