lunes, mayo 17, 2004

¿Qué haces cuando llegas a casa?
Me da terror seguir empecinada en ser una musa. Mataré dos veces al hijo de puta que cambió mi cotidiano espejo por una foto de Beatriz retocada en photoshop. Odiaré al imbécil que decidió que las señoritas llevan falda y los señoritos pantalones. Y es que cuando miro mis manos en el teclado, tomo conciencia de que soy totalmente bichomorfa y batracística. Campiruleo como una imbécil más que se tropieza y se tropieza sin encontrar el agujero definitivo por donde nos colamos en el recuerdo. Mala idea empezar a extrañar brazos y piernas de un cadáver que no tuvo el placer de conocerme. Pésimo chiste aquel de jugar a Gulliermo Tell y darle de lleno en la manzana de Adán.
Me da terror asomarme por la ventana y darme cuenta que esos reflejos no son luciérnagas sino una ciudad ahogada entre barro y espejos. Este remedo de boca es en realidad un trapo con el que se han limpiado todas las caras de esa ciudad. Dejo el esqueleto intacto de un pez espada, no le cedo el placer de albergar ninguna víscera, ningún placer.

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Doy un trago al refresco que compré en el super como ya dije ayer. ¿A quién diablos le importa mi lista del super? No tengo pudor. ¿Qué haces cuando llegas a casa? Yo no tengo a quien saludar. Y cuando tuve, no siempre me saludaba. Nadie pondrá el disco que no quiero oír. No recibiré quejas por esparcir el humo por toda la casa. Así que me siento y llegan los miedos a hacerme compañía.

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Lo que no entiendo es porqué escribí lo anterior pensando en subirlo al blog. Por qué mi computadora está programada para conectarse de inmediato a Internet. Lo que no entiendo es de dónde me nació este afán de exhibición. Debe ser mi trauma porque cuando yo quería ser patito la maestra me dijo "Tú te vistes de azul y eres el lago" y permanecí en letargo toda la obra de teatro mientras la pinche güerita era el patito cisne. Debe ser eso o mi encomiosa labor de mirarme el ombligo con la misma paciencia que tenía cuando de niña observaba los hormigueros e inventaba historias de hormigas. Infancia es desatino.
¿Qué hará con mis palabras quien las lea? ¿Un trozo de papel higiénico? ¿Un guante de béisbol? ¿Una manija de puerta? En realidad, ¿por qué tendría que hacerlo? A quién le importa si Beatriche deshace una puerta a patadas, si la raptaron los mohicanos, si desea de todo corazón que maten a Bush, si come y luego se deprime, si se deprime y entonces come, si llegó a su casa y dijo: "Ya llegué" para ver qué se sentía que nadie le contestara.

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