jueves, mayo 20, 2004

Hola, jodido pasado
Venía cabizbaja haciendo una apuesta conmigo misma. Ganaría si el número de personas que tendría que saludar en el trayecto de mi oficina a Telmex era mayor a cinco. Perdería si ganaba la apuesta porque me caga ir saludando gente como si fuera la reina de la primavera. Aún no llegaba al semáforo cuando ya llevaba dos sujetos saludados. Me detuve en la esquina, y saludé al tercero. La panza se me había llenado de agujeros. Perdí la apuesta a priori.
Es increíble que después de tantos años resucite una historia tan perversa como jodida. Después de saludarlo, lo primero que pensé fue que hoy vengo vestida de una forma excesivamente ridícula. Y caminé con la mandíbula apretada pensando en mis brochecitos en el pelo que me dan un aire estúpido y en mi blusa blanca con rojo que hace juego con mis zapatos blancos con rojos y en mi falda de mezclilla que pone en evidencia unas piernas imperfectas. Me odié por haberme pintado el pelo y no quería pensar en otra cosa porque ponerme a mi misma como barrera, siempre es una garantía de infranqueabilidad, de obstáculo, de contundente estorbo. A la media cuadra se me coló por ahí un recuerdo que detonó la bomba de mierda que sigue radiando traumas, complejos y recuerdos. Una cree que es prueba superada, pero mira a Chernobyl.
Y pasé por un lugar en donde pude haber comido, pero pensé que el caldillo de jitomate de los chiles rellenos era altamente incompatible con el shock del encuentro. Seguramente toda la tarde regurgitaría mentadas de madre, angustias, reclamos. Ni qué decir de las flautas de res, crujientes como mis dedos en la boca del interfecto.
De haber tomado una terapia a tiempo, colocado doble cerradura y escuchado mis gritos desaforados, ahora mismo no me sentiría ridícula ni tendría un nudo en la garganta. Y lo más importante: hubiera saludado al tercero con un escupitajo en la cara y hubiera corrido para alcanzar al cuarto y plantarle un beso en la boca.

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