miércoles, noviembre 12, 2003

Sobre los cepillos de dientes como símbolos del amor y el desamor

Quizá no hay elemento más simbólico de los avatares amorosos que el cepillo de dientes. Cuando uno empieza a instalarse en casa de otro, casi tímidamente y como al descuido, coloca el cepillo de dientes en el lugar correspondiente. Es una amenaza de que se volverá a ese nuevo espacio de manera consuetudinaria. También se pueden dejar suéteres, abrigos, libros o discos. Pero son objetos menos íntimos y que francamente, se puden dejar en casa de cualquiera.
Al respecto charlaba con Arcelia quien recordaba los ires y venires de su cepillo de dientes. Recordamos alguna despedida definitiva con un cepillo de dientes entre las manos y un portazo que queda retumbando en los oídos por por horas.
También puede darse el caso de que nunca se pasó por el consabido cepillo y cuando casualmente se vuelve a la escena del crimen, la otra persona ya tuvo a bien desechar el cepillo... pero otra sensación invade cuando este aún permanece tieso e inamovible junto al otro cepillo. Los recuerdos acuden por cientos y esas mañanas pastosas y atestadas de lagañas nos insinuan que todavía pertenecemos un poco -o un mucho- a ese sitio.
Eché un ojo a mi vaso donde pongo los cepillos de dientes y hay muchos. De ellos sólo uno me inquieta (no sé porqué no lo tiro). Los demás son cepillos míos que no boto quizá para ver cómo se han ido acumulando las soledades.

(Esta última frase es una metáfora jodida, la verdad es que no los tiro porque se me olvidan o porque luego me sirven para quitar pequeñas manchas. Lo único cierto, es que soy más receptora de cepillos que colocadora de estos en baños ajenos. Debe ser porque descubrí que hay unos estuchitos muy prácticos que pueden llevarse siempre en la bolsa)

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