lunes, noviembre 17, 2003

Pechugas de ángel
Me canso de tener mis manitas en cocimiento. Diez minutos de un lado, diez del otro... ¿y luego? De pronto pensé que mi mano era una pechuga de pollo que jamás terminaría de cocinarse. Pechuga de pollo al negro carbón...¿y luego?
Luego nada... y mucho menos si hay algo peor que el Tonayan. Feliz cumple Iván, ya tenemos la misma edad y hemos de brindar con esa cosa de dudosa procedencia. Si hay algo que, tambaleante, te niegue el transitar del patio de la cordura a la sala de la locura, es precisamente el no tener como vecino a una buena botillería (aaay, ¿por qué escribo "botillería"? ¿por qué no se larga de una vez el fantasma chileno?) y un crédito suficiente.
Y luego mis manos, sobre el terciopelo negro de mi falda que tapa los tobillos y los zapatos de muñeca. No uso zapatos de muñeca por capricho, es que los de tacón son muy altos y me ponen excesiva. A veces quiero ser como todas, lo juro. A veces quiero decir cosas que me trago mientras mi mano, se va dorando despacito, soltando jugos, cocinándose... y yo no digo nada.
Y salgo a la puerta a despedirme y ya no es lo mismo. El hip hop es una mierda -opino- mientras la cátedra continua. Sí, ya sé que es un estilo, sí, los símbolos, sí, no me vengan ahora con teorías que harta estoy de eso.
Y después nos vamos y Miguel me pisa el pie que tengo en el acelerador. Quieren llegar. Yo no. Seráque ellos llegarán a fagocitarse el uno al otro.
Yo no quiero llegar a mirar mis manos de pechuga asada mientras se sumergen en el BBQ que es mi cama: revoltijo de todo y de nada, sobre todo de nada... que otra vez tendré que calentarme yo sola. Toda yo un rollo de carne (como el que hacía mi abuela) que se cocina a fuego lento mientras afuera pasan cosas. Pinche frío.

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