jueves, noviembre 13, 2003

No soy de aquí ni soy de allá

Cada tanto me asalta ese sentimiento de antipertenencia (Sin contar las veces que me echan en cara el no haber nacido aquí). A veces me encuentro fascinada en Tlaxcala. La traída y llevada frase de “calidad de vida�, en Tlaxcala me suena a exceso de aire puro y carencia de bares interesantes. Montones de pajarillos y ausencia de librerías chidas. Seguridad para salir a caminar a las tres de la mañana pero falta de historias, de esas que sólo pasan en las grandes urbes, justo a las tres de la mañana. El problema es que voy al DF y la ciudad me queda grande, me estreso, me paniqueo, manejo a dos kilómetros por hora y tengo miedo. Casi cinco años en provincia han trastocado mis 22 de chilanguismo pletórico de chilanguez. Porque yo era una chilanga de pura cepa. Conocedora de los mejores antros, de las presentaciones de libros y revistas, de los conciertos importantes. Aunque nunca iba por falta de lana.
Sin embargo me siento muy de aquí cuando camino por los portales saludando a diestra y siniestra; cuando me involucro en el chismorreo del pueblo chico agrandando el infierno; cuando la vida se desarrolla en la Avenida Juárez y ahí salen los amigos, las fiestas, las comidas: la vida social, pues. Amén de la vida laboral que por razones de salud mental, procuro no tocar en este blog.
Hace unos meses fui a México con unos amigos y cuando preguntaron a dónde iríamos de reven todos me vieron con cara de “Tú, chilanga, condúcenos� La primera parte de la noche se salvó con el Salón Corona, pero la segunda... balbuceé... pensé... hice un inventario de antros, y siendo jueves, sólo dije quedamente “pussss... vamos al Bar Milán...¿no?� Por fortuna, no les pareció mal porque como en Tlaxcala no hay nada, algo es suficiente. Sin embargo a mi, la nopalera me pareció más polvorienta que de costumbre y vi pocas caras de los aferrados de antaño. Además de que me di cuenta que “el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos�, pues mis años del Milán fueron... en... 95, 96, más o menos. Y total, que cuando voy al DF ya no sé a dónde ir y aunque acudo con cierta frecuencia a la ciudad, debo descontar los dos años de ascetismo y depresión en los que prácticamente no pisé ningún antro.
Eso sí, que mis amigos cuando vienen a verme se cagan de envidia porque aquí lo pasamos genial. Se sienten bucólicos corriendo por el campo que rodea mi casa (porque eso sí, vivo entre arbolitos, con mis gatitos y un ventanal de dos metros con inmejorable vista), los lindos paisajes, la tranquilidad, la paz. Mis amigos del campo son diferentes a mis amigos de la ciudad (Eso me lo explicó Montoya en Plaza Sésamo) pero a los dos gremios los quiero. También quiero tanto al DF y más, mucho más a Tlaxcala, aunque siempre me queje... pero... ya se sabe, soy fiel adalid de la cultura de la queja.
También me encanta Barcelona y si vivo ahí dos meses, empezaría a buscarle “peros�. Me fascina Valparaíso, pero por motivos personales es un lugar que no volveré a pisar. Adoro Montevideo, pero algo me dice que jamás radicaré ahí. San Cristóbal de las Casas me emociona hasta la lágrima pero el clima me sienta fatal. Así que mejor me quedo aquí en Tlaxcala, cerquita de la Ciudad de México, más cerquita todavía del cielo y sobre todo, el lugar en el que he descubierto lo mejor y lo peor de mi. (aaaah... suspiro engalanado con el paisaje arrebolado y libre de smog)
Así que, contradiciendo a Elena Garro, la culpa no es de los tlaxcaltecas, es mía porque soy un culo de mal asiento.

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