sábado, octubre 11, 2003

Sobre esa malsana necedad de reventar los viernes
Tengo el cuello de jirafa giratoria y la envoltura de turquesas no para de raspar con cada vuelta. Prefiero esto, a que me digan Linda Blair, aunque luego vaya al baño a vomitar porque está de moda ser bulímica. Pero yo no soy bulímica. Estoy "out" totalmente "out" casi tanto como la insistencia en usar zapatos de plataforma. Dice la Cosmopólitan que ahora vienen los zapatos terminados en punta, pero a mi me joden muchísimo los juanetes y además me siento mosquetero. Insisto, no soy bulímica ni anoréxica, me viene bien las plataformas: paso firmes, contundentes, pesados... como yo.
No debí sentarme dando la espalda a la puerta y luego además escuchar las razones para que él no la quiera mientras yo espeto un así es la vida, así son las relaciones de pareja como si supiera mucho del tema, como si fuera la doctora corazón dando consejos a siniestra. Ahora me pega el aire en la espalda y no puedo ver quien llega. En realidad no me interesa que llegue nadie, sólo me importa ver que en efecto, hay una puerta de salida. Hace horas que no quiero estar aquí pero tampoco me largo... no tengo a donde ir, bueno, sí, a mi casa, pero a últimas fechas mi casa no es destino.
Nadie me va a acompañar si salgo de aquí, sigo volteando con insistencia para ver si la puerta sigue ahí mismo. Ya no tolero la risa de esta mujer que habla de alta sociedad como si viviera en París. Como si no se notara a leguas que su falda la compró en Suburbia y su blusa la hizo su madre. Estas niñas pacatas de provincia usan el pasillo central de la iglesia como pasarela de desfile de modas minetras engolan la mirada para pedirle a dios que les dé un buen marido.
Han cerrado la puerta, señal de que nadie más entrará. Quizá nosotros ya no podamos salir. Un ataque de claustrofobia, me invade. Tomo mi bolsa cuyo contenido estaba esparcido por toda la mesa. A toda prisa meto el teléfono, la agenda, un paquete de chicles, una servilleta, mis lentes, tres discos compactos, un rimmel, una barra de labios, las llaves de la casa, las de la oficina, una paleta de caramelo, los cigarros, el encendedor, la cartera, un cepillo, un paquete con chomp bindis, un envase de crema, dos lápices, una pluma... y luego digo que no soy una vieja cliché de esas que cargan todo en su bolsa. Sólo dejo las llaves del auto fuera para luego no estar hurgando durante horas. Lo único que me redime es mi aferre a los zapatos de plataforma. Por cierto, muy poco prácticos para emprender la huida.

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