jueves, octubre 09, 2003

De porqué tanto trasnoche (juro que no es mi culpa)

Tengo una casa que me vomita, que me expulsa. Me saca por la mañana mientras un rayo de sol me flagela los ojos. Las paredes blanquísimas blancas, se van aproximando para propiciar sofoco.
Hay algo que huele mal en el refrigerador, quizá un día lo abra para algo más que sacar una coca cola y descubra qué es. Tal vez sea el queso por semanas ignorado o el jamón con que hice el último sandwich. Tal vez el refri está en contubernio con la casa para expulsarme de una vez por todas.
Por las noches -ya muy noche- bajo las escaleras de piedra con sumo cuidado, elijo la llave de entre muchas que ignoro de dónde son, pero que forman parte del eterno inventario de cosas inútiles. Entonces me doy cuenta que, efectivamente, esta casa me expulsa. La puerta de madera se ha hinchado con la lluvia oponiendo feroz resistencia a la entrada de mi desvelo. Esta casa no me quiere nada. Ama sus vacíos y sus muebles polvosos tanto como yo amo mis vacíos y mis recuerdos polvosos.
Tiempo atrás éramos compatibles, gozaba poniendo mi cara sobre las paredes frías y las paredes frías me rodeaban como una burbuja. Yo no sé porqué ahora me odia tanto y no me deja volver antes de la una ni salir después de las nueve. Yo no sé porqué ahora se ha puesto más grande, más húmeda; las plantas crecen como una microselva, el polvo se mete a la nariz. Yo no sé porqué soy víctima de mi propia casa cuando lo mejor sería tomarla por asalto y someter sus pisos al lodo del camino que recogen mis zapatos de tanto ir por las calles pateando el tiempo.
"Es linda tu casa" me dicen. Linda y cabrona. Desde sus enormes ojos ventana me mira trasnochando en una esquina, en la casa de un amigo, en alguna plaza. Desde su pedestal de la colina lanza maldiciones mientras condensa soledades y conjuros para herirme.
Entonces, ya tarde, llego sigilosa. Me desvisto despacito tirando mi ropa al pie de la cama, me pongo la pijama y voy al baño. Contengo el chorro de orina para no hacer mucho ruido y a oscuras me cepillo los dientes. Después me deslizo entre las sábanas y prendo con temor la lámpara del buró, no quiero que ese click perturbe demasiado este silencio. No quiero que mi casa se dé cuenta que ya llegué porque entonces empezarán a hacer crujir las ventanas y a sonar las cañerías.
En la mañana un impulso eléctrico hará que me bañe a toda prisa, que me vista con lo primero que encuentre sin hurgar mucho en el armario, que salga corriendo olvidando alimentar a los gatos,que encienda el auto y en el camino, y en la tranquilidad del camino, me ponga un poco de maquillaje para disimular las ojeras y los labios resecos.

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