Viernes por la noche
En el colmo de la desesperanza, fui a recortarme el pelo. ¿Más? me decía el buen Juanjo mientras yo le decía con los ojos cerrados, métele tijera, no tengas piedad. Y tijereteó, tijereteó y me preguntaba que qué tal el trabajo que seguramente ahora debería estar pesadísimo y yo le decía que en efecto como si me estuviera adivinando y cortando las ideas. Me preguntó que si estaba deprimida y le dije que pssss... más o meeenos, que me salía más barato un corte que una sesión con el psicólogo. Sí, siempre lo hacen, y seguía empuñando la tijera. No mucho porque luego te arrepientes. No, no me voy a arrepentir, tú dale.
Y salí con nuevo look a cenar un fondue y una coca light. ¿Ni un vino por ser viernes? dijo Camilo. No Padrini, nada. Nada, nada. Y me chuté dos coca colas y después un café. Y ni loca iría a ese rave, que no estamos para esos trotes así que me dejan en mi casa que yo sabré apañarmela para sobrevivir a esta noche. Y sí, sobrevivo y estoy tranquila y a punto de estar contenta.
Aprovechando el cambio estético de mi cabeza, la pintaré de otro color y héme aquí con una bolsa de plástico y fumando, fumando para que el tiempo se alargue y después vendrá la ducha y me daré un automasaje. Luego a ver Sex and the city y a no añorar lo que pasa en otros lados.
En mi casa pasa todo, y le pongo play al Café del Mar 2. Me sumerjo en una espesa oleada de sensaciones en lo que se me tiñen los pensamientos.
Qué bien estoy conmigo misma y qué odiosos son los demás, pienso al tiempo que doy otra larga bocanada que contengo unos instantes. Exhalo y ahora sí, a sentir el agua resbalando por mi cuerpo. Qué bonito sería el mundo sin gente que lo estropeara. Asomo mi cabeza plastificada por la ventana y sólo veo árboles y más árboles. Creo que allá fuera, todos emigraron de planeta.
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