miércoles, julio 20, 2005

Sirena de agua puerca
Traje a la nube gris arrastrando de un hilo. Y hasta lo infinito hace pausa, porque Cuernavaca se dio un respiro en su pretensión de ser eterna primavera. No sé qué hago aquí, mirando los circulitos fugaces que la lluvia hace en la alberca mientras mis alergias se mofan de todo detrás de un kleenex.
Tampoco sé qué haría allá en caso de haberme quedado. Seguramente vería la lluvia vertical en las ventanas de mi cuarto, intentando desperezarme para ir al cine a las función de las cinco, de las siete, de las nueve; para finalmente no ir y lamentarlo entre comillas, entre dientes, entre paréntesis.
Quizá termine de una vez el libro que pensaba leer con sol y que ahora me acompaña mientras miro la alberca con deseo, como cuando era pequeña y me sentía sirena. A las sirenas se les permite ser más gordas que a las hadas. Las sirenas cantan y no cumplen más deseos que los suyos. Y yo jugaba a ser sirena mientras me peinaba con los dedos arrugados y esperaba que el lugar común que me gritaban los mayores se hiciera realidad: Te van a salir escamas. Pero no, nunca me salieron escamas, ni ojos de pescado, ni morí por la boca. Es que de niña pensaba que las metáforas eran del todo posibles.
El caso es que hoy, heme aquí, sirenita de agua puerca, lejos de mi charco y esperando que la lluvia deje en paz a la superficie azul en la que quiero poner a naufragar algunos desencantos y otros males menores de esos que las duchas no se llevan por el caño.

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