lunes, mayo 09, 2005

Mi vida como gajo

Llego a mi no casa y la duela esconde bajo sus crujidos vocecitas que dicen mi nombre. Saco dos capítulos de mi vida y los leo. No eran ellos quienes me hablaban; no pretendo que dos cuadernos de pastas rosadas me llamen por mi nombre. Son cosas diferentes escuchar voces y buscar mi propia voz, aunque ya no es mi voz sino un susurro adolescente del cual me río con indolencia. Si lo cuento así es porque ocurrieron en ese orden y si oigo voces y me refugio en el pasado es porque así soy y qué le vamos a hacer.
Es que ayer iba buscando por dónde diablos se rompió el hilo. No encontré nada. Soy muy hábil para los zurcidos invisibles y los nudos marineros. Encontré, si acaso, el reflejo de la necedad extemporánea y la certeza de que ahora me flagelo mucho menos a menudo. Al menos le he dado pausa a mis poros.
Quisiera hablar de poros pero no puedo. De todos poros. De todos estrellas de una sola noche bailando en el escenario de una función única. Bailando acostados o de pie. Yo qué sé de eso? no sé nada. Sólo sé que me desgajo de la mandarina que somos en el momento preciso porque necesito exprimirme en este recipiente atemporal. Ayer quería ser una pared, hoy quiero ser Yoko Ono. Mi vida como gajo tiene ciertas pretensiones de villana light e incomprendida.
Quisiera que la duela no me hablara. Quisiera escuchar voces en los aullidos de los árboles de mi verdadera casa. Pero no sé porqué diablos hablo de casas, si eso no es lo que me importa. No hablaba de cáscaras, sino de gajos y de preferencia sin semillas. Que las semillas echan raíces y yo lo único que quiero echar es una siesta. Sucede que me canso de ser mandarina y entonces, mejor soy gajo.

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