domingo, junio 05, 2005

Sábado Distrito Federal

La noche del viernes era cálida, bucólica, bella. La imponente montaña frente al amplio ventanal de mi casa de provincia, que por una indefinición de tiempo-espacio-dinero sigue siendo mía por lo menos en parte, proporcionaba el ambiente preciso para chutarme los ocho libros de poesía que por una módica cantidad debía reseñar, criticar y evaluar.
Al alba, me fui a dormir pensando que tendría un sábado de pierna suelta por lo menos hasta el medio día. Pero a las nueve, una mujer histérica comenzó a golpear la puerta para que moviera el coche porque estorbaba su terreno. Pero no sólo el coche estorbaba según ella su pedazo de tierra. También las escaleras de acceso a mi casa, se le habían puesto en su camino así que sin más, las destruyó. Evidentemente no pude volver a dormir por el ruido y por la angustia de ver como uno a uno iban tirando los escaloncitos. Salí a ver qué onda, pero cuatro tipos, la señora histérica, una excavadora con todo y conductor y un abogado mentado pero no presente, me acobardaron.
Así es como llegué al D.F. buscando la calma y el sosiego que la vida de la montaña me negó esa mañana. La carretera me ofreció todo el calor y todas sus curvas para llegar jadeante y sudorosa a la regadera y de ahí al metro y de ahí al concierto de Café Tacuba.
Se me olvidaron dos cosas. La primera que ya no tengo quince años. La segunda que yo conocí a Café Tacuba cuando era Café Tacuba y no Café Tacvba así que ni puta idea de las nuevas baladitas adolescentes y ñoñas.
Intentamos salir y eso era misión más que imposible. Por supuesto dí la nota pero no diré cómo, ya bastante vergüenza pasé ayer.
Después fuimos a un antro anodino con gente anodina, música anodina y por suerte los precios también lo eran. Pasamos por calles en reconstrucción, campos minados lleno de cables, agujeros, señales mal puestas, coladeras destapadas. Luego caminamos y caminamos y caminamos hasta que a la altura de Álvaro Obregón pudimos tomar un taxi.
Llegué a casa. Calor, mosquitos y más poesía. Ahora son diez libros los que hay que calificar.
Hoy no tengo ganas de escribir este post. No es relevante. Pero es para no dejar un hueco tan grande entre el escrito anterior y su presencia rotunda; y las minucias estúpidas de mi vida diaria.
Mejor me pierdo en las minucias.
Con su permiso.

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