sábado, enero 15, 2005

Retrospectiva

En estos seis años me morí y reencarné. Llegué a inventarme a un pueblo donde nadie me conocía y en donde podía dejar de ser yo para empezar a ser yo. El rey ha muerto, viva el sapo y la princesa que esto escribe volverá a ser la feliz calabaza que era antes de que tuviera que caminar con zapatos apretados.
El balcón que da a la plaza ayer lucía tan triste mientras del otro lado la algarabía del tirano nos pisoteaba el orgullo. Incluso sentí simpatía por gente que nunca había sentido. Una especie de solidaridad en el fango que jamás se sintió en los reflectores.
Ya de nada sirve lamentarme en los "si hubiera..." este también fue mi muy prematuro aprendizaje y la próxima vez lo haré mejor pero no sé si con el mismo entusiasmo. Ahora quiero de nuevo perderme entre la gente y no ir saludando a diestra y siniestra. Quiero sacarme un moco en la calle, ponerme ebria en la plaza, correr descalza en el jardín botánico. Quiero quitarme las trabas mentales que me deformaron de los 22 años hasta hoy.
Necesito ser más libre porque me perdí en el laberinto de los espejos y me ví más alta, más hermosa y más soberbia.
Necesito recuperar la sencillez de antes sin perder la seguridad que gané ahora.
Mañana me iré a despedir del balcón, del escritorio, del librero. De la gente no sé cómo lo haré porque cada que lo intento se me hace un nudo en la garganta y acabo mojándome los ojos hasta perder la visión.
Hace varios días le decía a Arcelia que estoy más acostumbrada al desamor que al desempleo. Hoy tengo varias ofertas de trabajo en puerta y una posibilidad de amor.
Me voy más fuerte y segura, aprendí a sobrevivir fingiendo, grillando, siendo diplomática (a pesar de tener un rostro delator que no perdona mi propia hipocresía). Inventé, cree, adapté, disfracé, me odiaron, odié, me aclamaron, aclamé.
Me enamoré de verdad, de mentiras, a medias. Me quisieron de verdad, de mentiras y a medias. Tuve mil amigos, me quedaron tres. Tuve mil enemigos, desaparecieron y acaban de resurgir.
Escribí, canté, reí, lloré, sufrí, me deprimí como siempre y me divertí como nunca.
Dicen que en provincia el tiempo pasa más lento y sí lo creo. Estos seis años me rindieron como si hubieran sido doce. Para bien y para mal. Maduré hasta la podredumbre y ahora debo abonar una planta nueva y desconocida. Ojalá sea una mandrágora.

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