Sus hilos corrieron de la cáscara de naranja al viejo arce, de la botella abandonada al caballito de madera, de la lápida al campanario. Clausuró el camino que iba del diván al vestido de novia de la abuela; hizo una trama desde el balcón hasta el péndulo oscilante. Enmarcó miradas tiernas y lascivas; risas irónicas e histéricas. Dentro de las cuadradas celdas creó jardines, hogares, basurales, escuelas, sanitarios y cárceles dentro de la cárcel. Nos obligó a caminar de una lÃnea a otra para llegar al destinatario de los “buenos dÃasâ€�,del beso, del golpe seco. Tejió irrepetibles historias para que nunca termináramos de transitar por ellas. Dios ha muerto, pero nos encerró en su telaraña.
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