domingo, mayo 10, 2009

Lagos y lagunas




Mientras enfocaba la cámara para obtener una toma más o menos buena de la foto que esto ilustra, escuché el siguiente diálogo entre dos personas que miraban a este mismo par de navegantes entregados:

Ella (melosa): ¿Nos subimos a las barquitas?
Él (indiferente): No, eso es para enamorados.
Ella (molesta): Ah, bien. Me queda clara la indirecta.


Cuando terminé de jugar con el zoom, de hacerle al paparazzi y de buscar un ángulo de otra foto que no ilustra esto, deduje que se habían conocido por Internet y que era su primera cita. Soy especialista en achacarle historias a la gente pero creo que no iba desencaminada mi deducción. Estéticamente eran incompatibles. Me resulta difícil imaginar en dónde una chica con una cantidad de maquillaje como para repartirle a todo el parque, pelo hirientemente teñido, medias brillosas transparentes y botas negras llenas de flequitos, estoperoles, adornitos, retazos cocodriláceos y pespuntes en blanco; puede conocer a un chico con gafas redonditas, camiseta de superman, pelo tímidamente largo y estudiante de historia. Esto último lo sé porque jamás olvido una cara. Esa cara pertenece a un chico que llevaba su tupperware, se sentaba fuera y hablaba siempre, siempre en catalán excepto frente al laguito, unas veinte veces menor y menos gracioso que el lago de Chapultepec. Cuando dijo "eso es para enamorados" marcaba un abismo entre la virtualidad y la realidad. Un velado "no te confundas" que daba por sentado que el responsable de esa cita no era él sino su nickname.
Deduje que se habían conocido por Internet porque su actitud me recordó a la de aquel amigo que ha construido una minuciosa agenda de chicas que no le interesan gracias a una página de contactos. Una actitud de desidia que se hizo más patente en el chico historiador cuando ella le pidió que le tomara una foto frente al laguito, unas mil veces menor y menos emblemático que el lago de Texcoco. No sé si la mujer quiso retratar su esmerado atuendo o la gráfica de un fracaso anunciado.
Después se fueron caminando separados por unos dos o tres pasos. Y lo primero que pensé fue ¿Qué pasa por la cabeza de la gente que se conoce por Internet?
De verdad eso pensé. Igual que cuando pienso "Qué gorda está Fulana" o "Qué idiota es Mengana". Con la misma distancia artificial y rutinaria con que me separo del mundo del que formo parte: el mundo de los gordos, el de los idiotas y el de los que se conocen por Internet.
Después fui a la sombrita a decirle a mi actual marido que ya nos fueramos. Dobló en dos su periódico y nos dedicamos a caminar el resto de la tarde. Todo el camino me pregunté si se nos nota en la cara que nos conocimos por Internet, si desentonamos mucho, si parecemos un ripio, si somos aves de distintas especies en un gallinero uniforme. Siempre decimos en nuestro descargo que no nos conocimos en un sitio de contactos ligones. En realidad, lo dice él. Yo cada vez que puedo, miento, pero no por ellos, por mí. Así me desmarco de los gordos, de los idiotas y de los que se conocen por Internet. Mi mundo es una isla en un laguito de mentiras naufragantes.

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