jueves, octubre 25, 2007

Otoño individual

Otro otoño, uno más. El segundo aquí, las hojitas marrones en el suelo. A ratos sobreviendo y a ratos sobremuriendo. Un día me despierto antropóloga, al otro poeta y al tercero, irremediablemente, toronja. Debe ser por eso de vegetar y sentarse a esperar un tren que siempre llega tarde y, por lo mismo, llegar cuando ya están desmontando el escenario. Las palomitas pisoteadas por el suelo. ¡Hace tanto que cayó en desuso la permanencia voluntaria!
De nuevo una gota pende de mi nariz: se me asoma el frío. No he aprendido nada sobre el arte de llevar los abrigos con gracia y quitarlos cuando el calor artificial nos engaña con su prolongado verano eléctrico. Yo siempre tengo frío por dentro, y se me asoma, y se me nota el frío.
No quiero conocer a nadie. No quiero saludar en los pasillos ni dar dos besos. "Tego gripa" digo y hay a quien no le importa la promiscuidad de mis mocos e insiste en el saludo. Una compatriota me dice que nos juntemos para "hacer roncha" Me chocan las adhesiones gentilicias pero más me molesta el término "hacer roncha" y supongo que mi cara debe ser la ilustración de la frase "Qué hueva me das" porque se aleja. Y me quedo sola.
Otro otoño. Octubre y noviembre son los meses favoritos para sumergirme en el fondo de mi mismidad. Me da igual el mundo que me rodea. Me iría feliz a una casa en la montaña, para huir de todos, de las calefacciones y de los abrigos graciosos. Me quedaría ahí, sepultada bajo diez kilos de mantas y secando mi nariz con la manga de un sueter roído por el tiempo. Me quedaría dormida y me despertaría después de ser muchas veces poeta, varias toronja y ninguna antropóloga. Esa es otra de las paradojas de mi vida: Estudiar a la gente por puro masoquismo.

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