jueves, agosto 25, 2005

Tlaxcala sin mí

No sabía cómo dolía Tlaxcala. Cómo tanto aire puro está a punto de causarme una explosión pulmonar, por no decir cardiaca, porque ya sería mucho aunque sea lo más aproximado.
Estoy empachada de recuerdos y los síntomas se han manifestado a través de una supina idiotez que a veces provoca una risa tonta y solitaria, y a veces un ojo vidriado.
Mi andar por aquí es diferente ahora. Más libre y menos soberbio. Más tennis y menos tacones. Más contemplación y menos destrucción. Más amigos difusos y menos enemigos ocultos. Más dolor y menos rutina. Más mirada al frente y menos mirada penetrante.
Sé que volveré un par de veces antes de partir. Las últimas dosis de Tlaxcala serán también la medicina perfecta para enmendar algunos errores y para saber que estoy condenada de por vida a ser valiente y fuerte.
Por lo pronto tengo un montón de recuerdos revueltos. Con calma habré de diseccionar las ventajas de mi soledad, las desventajas de mis relaciones efímeras, la vuelta de tuerca de mi carácter, la estabilidad de mi generosidad, el fallo de mi vida en pareja, el acierto de mis placeres, la necedad de establecer dominios, la despreocupación por quererme, la voluntad por cumplir mis caprichos, la soltura con que abrí sus heridas, la sutura con que malamente cosí las mías.
Llegué a Tlaxcala pensando que venía a convertirme en una persona adulta. Por suerte no lo logré. Ahora que me voy tengo la certeza de que no puedo posponerlo y me amarga no tener la frescura y la desfachatez del día que llegué sin mucho presupuesto y tuve que elegir entre comprar una escoba o un trapeador para limpiar mi nuevo espacio. Ahora me podría comprar una aspiradora, el problema es que el voltaje de Barcelona no es compatible. Y yo no sé si seré compatible, o si tengo que cambiarme el chip para compatibilizarme. Ya no seré la chica loca de la colina sino la señora extranjera del primer piso.
Me dan muchas ganas de salir corriendo a la plaza, fumarme un toque y decir: "De aquí soy" Pero miento, de aquí fui y ahora sobro en este lugar. Lo sé porque el paisaje sin mí luce mucho más luminoso y porque ahora Tlaxcala es mi cajita de recuerdos, pero yo no quepo más en esta cajita: la más querida e importante, la fundamental y decisiva. La cajita de Pandora que jamás dejará de fluir.


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