viernes, agosto 19, 2005

I have a dream

Mi sueño más recurrente es intentar torcerle el cuello a un pollo y no poder hacerlo. Cada noche ahí está el pinche pollo, pío, pío, picoteando mi descanso y ofreciéndome su delicado, emplumado y huesudo cuello. Yo lo he perseguido en la granja, en un centro comercial, en la playa, en un elevador, en un ático, en la cama y en otras escenografías oníricas difusas.
Yo no quiero matar un pollo, sólo quiero apretarle el pescuezo para ver si así exorcizamos al sueño recurrente. Este sueño ya se pasó de simpático y empieza a tornarse patético. El otro día soñé que estaba en una mazmorra condenada a muerte y pedía un pollo como último deseo. El carcelero me preguntaba que si frito o con papas y yo le decía que vivo. Jamás me llevaron el pollo a la celda pero lo oía piar del otro lado de la puerta.
A lo largo de estos años, descubrí que el pollo tiene pasaporte y un bonobús porque me sigue a todas partes. Es más, creo que lo he soñado más veces estando de viaje que en mi propia cama. Quizá el pollo sea el que quiere torcerme el cuello y no se atreve.
Freudianos, absténganse de interpretar el sueño. Es sólo una metáfora y todos los nombres y los personajes han sido cambiados para proteger la identidad de un pollo inexistente. Lo único cierto es que quiero cumplir un sueño de día para que deje de perseguirme de noche.

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