jueves, noviembre 22, 2007

Y si me nombras, que no sea en vano (ni en vena, ni en vino)

En el andén alguien gritó "chispi" y un escalofrío me coleó como pez a lo largo de toda la médula ósea. Después pensé que quizá no había gritado "chispi" sino que yo había oído "chispi".
O cada quién oye lo que quiere, o por los oídos se meten palabras que no quisieramos haber escuchado o recordado que se escucharon.
Tenía (tengo) una amiga que se burlaba de mí. Decía que parecía que tenía reservada toda mi ternura para decir cosas cursis y dulces. Tiene (tenía) razón. A veces pienso que el amor me saca nombres e historias, caras y gestos, defectos y miradas, frases y asombros que difícilmente reconocería en la sobriedad.
Masticando un trozo de bacalao sin gorro navideño escucho la conversación de los de junto. Ella le dice a él que se alegra de que no piense que las mujeres que se acuestan con cualquiera son unas putas. Él le dice a ella que tenemos los mismos derechos hombres y mujeres. Y la otra se traga un buen bonche de patatas aderezadas con panfletos. Quizá cenen y luego follen. Quizá surja algo y quizá después ella vuelva a ser una puta y él un imbécil panfletero. Después de el último cigarro, todos somos imbéciles y todos somos putos. Entonces recuerdo lo que oí en el andén. ¿Cómo se puede ser tan cursi en el minutos diez y en el minuto quince lanzar un vaso de vino (tinto, además) a la pared?
¿Cómo pudo renombrarme y decirme ñoñerías y después lanzar sobre la pantalla cien mil palabras de mierda y muerte contra mí? ¿Cómo dejé que se le saltara la vena del cuello mientras a mí me saltaban las lágrimas?
Y por eso, ahora agradezco que mi actual marido (me encanta decir "actual marido" con un cigarro de larga boquilla entre los dientes) no me dé más nombre que el mío y no se arriesgue a comprobar que tuve un corazón de resorte cada vez dando más de sí, más de sí... hasta que lo reventaron.
Quizá cuando pase el tiempo y el hoy sea un capítulo, me estremeceré todo el tiempo con mi verdadero nombre y no con un mote de caricatura de trazo tan grueso como el remedo de amor que parchábamos con apodos de vinil. Quizá cuando pase el tiempo recupere todos mis nombres y deseche todos mis apodos y mi corazón deje de ser un músculo perezoso que se acurruca despacito.

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