domingo, mayo 18, 2008

Para los que acaban de irse

De pronto me doy cuenta de que vivo en un satélite lejano y mis certezas quedan estrelladas allá en la tierra. En mi tierra. Vivo en un satélite colgado por hilos invisibles, un satélite obligado a mirar a la tierra. Mi tierra. Y ahí abajo pasan cosas, yo lloro y mis lágrimas no ruedan sobre el mundo. Mi mundo. Y entonces descubro que mi mundo no es mi mundo ni mi tierra es ya más mi tierra y me quedo como un pájaro sin alpiste suspendido en una gran jaula.
No sé de qué sirve la comunicación satelital si al final no estamos nunca a tiempo para darnos un abrazo. Ni con todas las llamadas del mundo amortiguo el hueco de estos dos golpes… seguidos… uno atrás de otro.
Y me gustaría pensar que el universo es una cosa inmensa creada por un alguien que nos arropa, pero no creo en nada. Entonces está un mundo ahí abajo y yo soy un satélite que sólo toma imágenes a distancia. Imágenes precisas de un dolor del que soy partícipe aunque no salga en la foto.
Pienso que cuando baje a mi tierra, palparé los residuos de un lodo ya seco. Y aunque sepa que pasó una tempestad, lamentaré no poder estar ahí con mi paraguas roto.
Por lo pronto el satélite se registra sin novedad. Quizá en dos o tres días vaya a un bar y me pida un Bacardí con Coca- Cola. O tal vez mañana pase por la panadería a comprarme una mantecada. Pero no será lo mismo, será solamente un guiño para que sepan que no los olvido.

No hay comentarios.: