domingo, enero 21, 2007

Confesiones
A veces todavía me acuerdo (pero como si fuera una película) de esos días atosigados de humo y descarnaciones.
Hay días en los que escribo por escribir, más por mover los dedos que por concentrarme en algo que valga la pena. Y no sé porqué cuando no sé qué decir todos se me agolpan en las sienes, todos juntos, como si no estuvieran clasificados por año de recolección y propiedades curativas o venenosas o directamente mortales.
¿Será la mitificación del pasado o mi pesimismo lírico?
Mi umbral de dolor ya no es tan alto, se me ha bajado a golpe de buenos tratos y pan del día. He perdido la costumbre de ir sacando clavos con tornillos y de darles títulos nobiliarios a los borregos que cuento para poder dormir.
Pero a veces, todavía me acuerdo y repito las escenas desde diferentes ángulos; me hago un paneo de mi propio patetismo y les deformo la cara con grandes angulares.
Y confieso que cada día me extraña más encontrar entre mis ropas un hilito conductor que me lleve de esta sonrisa agónica a aquella carcajada histérica. Y confieso que es entonces cuando me hurgo las entrañas y sólo encuentro huesecillos desnudos de cerezas.

No hay comentarios.: