Paisajes desechables
Me gustan los paisajes efímeros de las autopistas a cualquier parte.
Paisajes adhesivos con las esquinas dobladas albergando tierra y migas. Panoramas a medio camino entre la primavera y el olvido. Instantáneas sin el sobresalto de la belleza o sin la cursilería que adorna los calendarios de farmacia. Lugares absurdos al costado de una carretera gris y transitada.
Hoy he visto a tres putas sentadas en sillas de plástico al borde del camino. Se nota el invierno porque llevan botas sobre sus piernas desnudas. No nos engañemos: no hay ni dos gramos de poesía en su hastío. Ni siquiera tienen un sillón desvencijado y deben conformarse con el asiento que se adhiere a su trasero igual que algún cliente. Quisiera traerles un clima más cordial o un paisaje comedido sin destellos de perfección europea; un diván sobre la hierba y no una espalda sobre el coche; una vestidura verde rancio y no un remedo de falda verde esmeralda.
Yo miro todo desde la ventanilla del auto como haciendo zapping sobre el horizonte, como si pudiera saltar de un mundo a otro, como si las líneas cinéticas fueran rayones sobre mi propio álbum de estampitas.
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