No me susurres, puerquito
Lo veo. Pobrecito, tan pequeño, tan inocente. La culpa la tiene Babe por poner a hablar a los fiambres. Desde la bolsa de plástico y empacado al vacío, el ojo medio abierto del lechón delata que fue conciente de su muerte prematura. No, no soy vegetariana, pero no es lo mismo un bistec amorfo que un lechón. Cuando como pescado, procuro taparle el ojo con una hojita de lechuga o con una rodajita de limón para que no me clave la mirada mientras yo le clavo el tenedor.
Pobre, tan fresquito con la cara pegada a la bolsa como un niño pegado al cristal. Otra víctima más de la navidad. Más incluso que el yonki que viste de Santa Claus y jo jo jea con una pereza más grande que la de todas las empleadas que hacen horas extras, juntas.
No me susurres, puerquito que lo que quieres al menos es el honor de morir con una manzana en la boca. No me digas que prefieres ir a parar a un barrio pobre en donde dejarán tu esqueleto listo para un museo que a la casa de un rico en donde serás la mascota apenas mordisqueada de la mesa.
Yo no me lo voy a llevar porque no traje correa y porque está más muerto que mi ilusión navideña y más congelado que mis manos que se ajan sin guantes. ¿Qué sabrá el puerco de fríos si ha pasado más tiempo en el congelador que en el vientre de su madre?
Solía comer pavo en navidades, pero por lo general vienen sin cabeza. No me asustan los cadáveres salvo los que tienen pelo, y este puerco tiene unos pocos en la espalda y además tiene pestañas. No me comería un puerquito con pestañas más rizadas que las mías.
Me dan pena los lechones, quizá me saturaron de los tres cochinitos que están en la cama y de seguro este era el que soñaba que era rey y era un cochinito lindo y cortés. Yo así no puedo.
Creo que cenaré canelones rellenos de carne molida que es lo que se usa por aquí. Además con la carne en puré uno no se entera si se come un ojo o una pezuña o el rabito retorcido. Si lo mío no es humanidad, al contrario, me asusta mi propia proximidad animal.
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