Espejito, espejito...
Nunca he confiado demasiado en el espejo. Así como las anoréxicas y bulúmicas miran una imagen distorsionada de sí mismas, resulta que yo o me veo fabulosa o me veo hecha una piltrafa.
Los últimos meses me acostumbré a mi séquito de asesoras de estilo, cuyas opiniones más o menos eran las siguientes:
Luzma: Te ves muy guapa mi reina.
Paulina: Güeeeeeey, está increíbleeeee.
Mamá: Sume la panza y enderézate. Se te veía mejor el rojo.
Verónica: Yo, o sea, yo no me lo pondría ¿eh? pero digo "yo" a tí te queda bien. Póntelo, está normal. Para tí está bien.
Denise: A ver ponte el rojo otra vez. Ahora el azul. Ahora el rojo. Mmmm, mejor ponte el verde.
Mariana: ¡Qué pedo güey! Pareces Jaimico. Es broma, es broma. Pero ¿Qué pedo? Jajaja no, está equis. A mí me vale madre ¿eh?
Ahora tengo dos espejos. Uno que achata mi imagen por los polos (aún más) y otro de cuerpo entero. Pero me jode no tener asesoras de estilo.
Sólo hay una persona a la que le pregunto que cómo me veo y siempre me dice que me veo hermooooosaaaaa. Excepto hoy que dijo que me veía rara lo cual quiere decir que debo verme de la chingada.
Aunque tampoco es mucho de fíar. Yo tengo la teoría que compra su ropa en donde surten a las residencias de ancianos. Quizá es hora de volverme más clásica. Necesito un collar de perlas, sutercito de cashmire y medias color natural. O necesito asumir que soy un freak para que cuando me digan que me veo rara eso se convierta en un piropo.
Lo que hace el ocio y la buena vida: He vuelto a mis diecisiete después de vivir un siglo (Violeta Parra dixit)
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