martes, octubre 27, 2009
Crónica de una corrupción anunciada
Recién me despierto, recibo una llamada de una amiga que trabaja en una radiodifusora: “¿Has visto lo que está pasando en tu ayuntamiento? me acaba de llegar un cable". Acto seguido me lee la información: detención del alcalde de Santa Coloma y otros más por cuestiones relacionadas con la corrupción urbanística. Al frente de la operación, el juez Garzón. No es la primera vez que el juez Garzón aparece como paladín en esta ciudad. Hace unos meses, como consta en este blog, también había intervenido en aras de la prevención del terrorismo.
Antes de recibir la llamada, mi plan del día comenzaba, precisamente, por una visita al ayuntamiento pues tenía que recoger unos poemas. Sí, unos poemas. Frente al despliegue policiaco pensé que sería muy absurdo decirle a los guardias civiles que custodiaban la puerta: “¿Disculpe, puedo pasar por un montón de versos?” Me ahorré la performance poética involuntaria y me quedé ahí, codo a codo con los jubilados, los desempleados y las amas de casa. Me desmarqué de mi clan natural con mi cámara de fotos que no es profesional pero tiene un zoom “de-que-te-cagas” y mi libretita que de por sí, suele venir conmigo.
No fui la única ingenua que juró que Baltasar Garzón saldría por la puerta del consistorio. El grupo era una mezcla de club de fans, de analistas políticos de coyuntura y de figuras emergentes como A. Jaumandreu, que se la montó bien para declarar, anunciar su reunión informativa hoy a las seis de la tarde y cobrar un poco de protagonismo. “Jaumandreu, escriba, todo junto ¿eh?”. Es frustrante que escriban mal tu nombre en los medios, sin embargo, pese a su aclaración, la reportera de La Vanguardia le cambió el nombre por Perandreu (lo vi cuando lo anotó y me reí cuando vi la nota on line).
Una palabra suena muchísimo entre todos mis compañeros setentones: Gramepark, Gramepark, la constructora insignia de esta administración. Una reportera pregunta a unos hombres que dónde está Gramepark. Ninguno sabe. Uno dice que sí, que en el barrio de Santa Rosa.
De pronto un pequeño grupo de vecinos ubican lo mal que nos estamos comportando frente a los medios de comunicación y empiezan a gritar consignas desangeladas. Han visto por la tele a los habitantes de Marbella y a la gente de Valencia y se quieren ver ellos mismos en la tele como un grupo consciente y organizado. Las rutinas de los noticieros suelen ser más o menos las mismas: los implicados abucheados y los “abucheadores” clamando justicia. Sin embargo, hay más expectación que reivindicación. No hay una masa crítica sólida, sólo hay un ejercicio disperso de opinología que terminará cuando haya que poner las albóndigas al fuego. “Una no puede estar aquí todo el día” ha dicho una señora mientras la guardia civil hacía un corral con su cinta plástica.
Detrás de mí ya hay gente brindando en el bar de la Plaza de la Vila. Los reporteros gráficos buscan el mejor ángulo de la gente bebiendo y el edificio del Ajuntament detrás. Nada muy original para una nota que convulsiona al barrio pero que empieza a ser absolutamente cotidiano en toda España. Un señor mayor se ha creído que soy reportera en funciones y me dice: “espere aquí para tomar la foto cuando salga Bartomeu esposado” su amigo le contesta: “Qué va, estos no salen por la puerta grande, saldrá por atrás” y yo, que voy de enteradilla, les digo que no, que ya fue detenido en su casa lujosa de Barcelona, desde donde cada día baja a despachar a su humilde y populoso feudo. No lo dije así pero igual les encendí el ánimo. Ya no sé qué soy: militante, reportera, ama de casa, desempleada, poeta o todo junto.
Pienso que si de esto surgiera un movimiento social de verdad, podríamos hacer grandes cosas. A veces me siento que ya soy de aquí, que tengo que hacer algo, que si dejé la real politik es porque puedo moverme de nuevo en el mundo de los ideales… pero también pienso que es hora de hacer la comida, de volver a casa junto con todos los mirones que regresarán a su rutina después de esta catarsis en la que nadie sabe nada, pero todos saben quiénes son los culpables. Es hora de lavarse las manitas para ir a comer y romper el silencio en la sobremesa mientras la televisión nos devuelve imágenes desde la esquina de nuestras propias casas. Pobres de nosotros, tan inocentes, tan gritones frente a las cámaras y tan pazguatos para enfrentar los problemas de nuestra comunidad.
Para saber más, información de fuentes "acreditadas" y lejos de la diletancia ubedeana de mis crónicas:
La vanguardia
El País
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