Tumbados sobre la arena, Leopoldo leía su libro mientras Paqui intentaba hacer lo mismo pero no podía. A pesar de que todavía no había llegado la hora de la invasión de las sombrillas y los niños gritones, el espíritu gregario de la gente los había impulsado a ponerse justo a un lado de una pareja con sus toallas y sus cremitas.
Paqui no podía quitar el oído de la charla de los vecinos impuestos: Que si tú, cari, siempre estás de acuerdo con todo el mundo menos conmigo, que si por qué tenías que darle la razón a esa, que si sabes que a mí me molesta mucho eso, cari, que si, cari, tú bien sabes que estoy yendo al psicólogo porque quiero cambiar, cari, tú piensas en dejarme pero no me lo dices; nunca, cari, nunca me dices nada, no hablas conmigo ni de lo importante ni de lo no importante, cari, jamás sé lo que piensas... y Paqui atenta al drama cotidiano, tan cansino como arrullador.
De pronto llegaron dos hombres vestidos con un mono verde. Paqui supuso que serían voluntarios de Greenpeace buscando donativos. Pensó que no perdían oportunidad para recaudar fondos y que aprovechaban el escenario natural para hacer conciencia. Incluso les sonrió mientras buscaba un pretexto para decirles que no, pero antes de poder articular cualquier frase, dos redes enormes cayeron sobre ellos y un grupo más nutrido de personas con camiseta blanca empezó a remolcar a Leopoldo primero y después a ella hacia el mar mientras gritaban "Salvemos a las ballenas".
Paqui vio entre los agujeros de las redes a Leopoldo, pero a diferencia de ella, no luchaba. Parecía que, resignado, quería volver al mar, incluso empezó a adquirir un tono grisáceo en la piel. Paqui empezó a gritar y un hombre de los de verde se acercó y dijo a todos los activistas: "Sin duda, esto se debe a una mutación transgénica" Mientras ella era separada de Leopoldo, los de la camiseta blanca gritaban "Transgénicos, no, transgénicos no" y le acariciaban el lomo. Incluso uno de ellos se acercó a su cara y llorando le dijo "todo va a estar bien, pronto volverás al mar" Intentó decirle que no sabía nadar, pero no pudo abrir la boca.
Sintió otra mano más palmeándole la espalda. Oyó su nombre: Paqui, Paqui, no te duermas al sol, que hace daño.
Despertó. La pareja de junto ya no se hablaba. Seguían allí mirando al mar pero se notaban disgustados. Abrió los ojos y vio a Leopoldo que la sacudía para ir al agua a refrescarse. Intentó ir mar adentro y aunque en un principio tuvo miedo, se alegró de no ser una ballena. Ese día no comió nada. Al siguiente, algas y peces.
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