martes, agosto 25, 2009

Los bigotes de Marsella


Creo que fue la canícula la que me salvó de caer en la tentación de pensar que una calle veraniega de Le Panier era otra avenida invernal de Valparaíso... lo digo por poner un ejemplo, sólo por decir algo.
¿Será el sol que me pone a contraluz ciertos recuerdos?
En Marsella muchas veces tuve la impresión de que ya había estado ahí antes. Como no creo en reencarnaciones y mis déjà vu suelen ser tan escasos como inconsistentes, achaqué esta sensación a eso que ahora llaman multiculturalidad -para ser correctos- pero que en realidad es una mezcla que recuerda a mi cajón de calcetines: caben todos, pero los impares tendrán que quedarse ahí, merodeando indefinidamente con un perro, con un silbato o con un sombrero de cowboy.
La cuestión es que fui a Marsella en pleno agosto, dejándome llevar por las riadas de turistas y siendo parte de esa masa cuando fotografío puestas de sol (y por si las dudas me desmarco diciendo: "lo mío no es por romanticismo es por agradecerle que por fin nos deje de taladrar las pestañas") o cuando busco una Bouillabaisse (y me amparo en mis hábitos de gourmet aunque sepa que estoy comiendo un sucedáneo para viejas alemanas de piernas hinchadas) o cuando subo al barquito a la hora convenida (y como entiendo poco el francés, y menos todavía si sale de un megáfono de sonido roto, me ahorro dignamente las historias parciales) o cuando armo mi álbum de fotografías (directito al Facebook y después hago como que intelecualizo el veraneo en el blog). Y voy ahí, en pleno agosto, tropezándome con la chancla y con todos los paréntesis que le meto a la vida para justificarme... en fin, quería hablar de Marsella.
Empecemos de nuevo.

Composición: "Mis vacaciones"

(Cómo odiaba que al volver a clases nos dejaran esta composición cuando no había ido a ningún lado y tenía que oír los grandes viajes de mis compañeras que cruzaban el océano o la frontera con singular alegría. La única vez que recuerdo haber hecho algo "interesante", la maestra dejó una serie de operaciones matemáticas como para recordar que aún sin salir de casa, todo era mejor que regresar al escuela)

En Marsella hay señores que tienen unos bigotes muy largos y bien cuidados. Las puntas de sus bigotes apuntan al cielo y su elegancia nos recuerda que esto también es Francia. También nos lo recuerdan los mapas y que hablan francés.
Marsella huele a lavanda para los turistas, a pescado fresco para los viandantes y a orines para todos. Es una ciudad vieja y llena de historias y me gusta porque cada esquina es diferente y parece que cambias de lugar a cada paso.
Hay una iglesia muy alta, muy alta, desde donde se ve el puerto, los edificios y unas islas pequeñitas que se llamadas archipiélago de Frioul.
Me gustó mucho. (Fin abrupto que recuerda lo perezosa que era y soy con las tareas escolares)

Y sólo puedo hablar de ella, Marsella, desde la ingenuidad de los bigotes que me pintó mi helado de chocolate y desde las barreras de los paréntesis que lo separan todo para mezclarlo todo. El resto vendrá digerido poco a poco, no me gusta que conquisten tan definitivamente como lo hizo esta ciudad.

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