HOAAAA
La gente va en el metro con cara de todos los días pero de entre la muchedumbre emerjo yo: el teletubbie bizarro, el favorito de niños mestizos, criaturas nativas y bomboncitos negros.
Ayer fui un paréntesis en el llanto de un niño hindú. Me saludaba con su manita y su mamá sonreía satisfecha por mi eficiente labor de dibujo animado. Cuando me bajé en Fabra i Puig el niño volvió a llorar como si le apagaran la tele a mitad del show.
Dejad que los niños se acerquen a mí, soy el flautista de Hammelin del nuevo siglo, de los barrios proletarios y los niños con juguetes tóxicos. Los niños bailan conmigo, me eligen entre las multitudes, me dan sus trozos de pan con baba y yo siempre digo "ahora no les voy a hacer ni puto caso" pero al final les prodigo una sonrisa y un destello "Candy Candy" de mi diente chueco les ilumina el día.
¿Por qué no me ven con un deseo semejante esos chicos con rastas de la Universidad? ¿Por qué no soy la chica sensación que ilumina las desgraciadas vidas de los adolescentes sobrehormonados?
Porque soy un teletubbie. Un teletubbie pacheco con los forros mal cosidos. Un teletubbie con el contorno por un lado y el color por otro. Un teletubbie hecho por un chino borracho.
A los niños les da igual que sea de imitación. Sobre todo a los niños a los que sí me prodigo con verdadero afecto: A los niños feos, a los inmigrantes, a los desposeídos, a los que llevan la carreola con las ruedas chuecas, a los que no saldrían en un comercial de pañales desechables.
A los rubitos de anuncio los ignoro o les saco la lengua.
Soy el teletubbie justiciero.
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