Escribir de olfato
Mis dedos se marcharon. Si los días fueran menos paulatinos y más verdes quizá estos dedos se hubieran quedado aquí conmigo. Resulta que se hartaron de mi adicción cibernética, de ser tamborileados largo rato y de mi falta de compromiso. Primero se fue el dedo corazón; alegó ausencia de historias del ídem. El índice acusó desde fuera de mí. Ya podrán imaginar el gesto del dedo medio con su obscena agitación. El fiel pulgar me hizo compañía durante el tiempo que tardó en columpiar dos lagrimones.
Alegaban, me susurró el meñique, mucho tecleo inútil y poca literatura. Supongo que cuando me metí el índice a la oreja pudo ver lo que estoy tramando. Entonces conspiró con el resto dentro de mi boca aprovechando el camino de una circunstancial aceituna. Avisaron a la mano derecha al amparo del jabón con un cuarto de crema hidratante. Si mal no los trataba, digo yo. A pesar de todo, siguen siendo unos dedos bastante aburguesados.
El asunto es que no quieren volver al estiercolero intelectual de antes y estaban felices tramando historias y deslizándose por letras de ángulos nuevos. Tienen pavor de verme redactar de nuevo informes y no tanto por teclear sino porque después me ponía a crujirlos de manera compulsiva y a raparlos hasta hacerles sangre en las sienes.
Tendremos que llegar a un acuerdo, mientras tanto, como consuelo les he prometido que podrán deslizarse líricamente durante más de un mes. Después, intentaremos jugar a dividirnos las letras, cómo hacíamos antes. Pero no me creen, este hoy no les recuerda en nada al antes. Me han pedido serenar esta noche la decisión en formol. Yo no sé si podré dormir con la angustia en los muñones.
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