Vino y Oporto
No me gusta Saramago, debo confesar.
Me gusta el vino.
Me gusta lo que dice mi amigo el sommelier:
É melhor beber vinho e dizer mierdas, que beber mierda e nao dizer nada.
Jugué a que me gustaba Saramago cuando yo era capaz de reventar una botella de vino en la cabeza de mi amado.
Ahora que todo es calmo, sólo me gusta el vino.
Me gustaba el Oporto hasta que volví y ví mis botellas vacías opacadas por su eructo.
Eran cuatro botellitas de Oporto en una caja de madera que viajaron desde Lisboa. Al final, no me quedó ni la caja. Las botellas se estrellaron en mi pared, en los riñones o en el orgullo.
Ahora que todo es tan aséptico, sólo me gusta el vino en copitas de cristal y decir salud educadamente, como dicen que se hacen estas cosas según ciertas cosechas y ciertos cultivos de la buena educación.
Y no, no estoy borracha pero quisiera estarlo para poder decir mierdas justificadamente. Para poder gritar que estoy harta de una vida con tufillo a perfección y resaca de conformidad.
Así, en la sobriedad, pocos perdonan la locura o las mierdas o que no te guste Saramago.
Quizá compre una botella de vino que no sea español ni chileno. Un vino que no tenga nacionalidad de amantes presentes ni pasados y que tenga retrogusto a Pessoa:
Ao goso segue a dôr, e o goso a esta.
Ora o vinho bebemos porque é festa,
Ora o vinho bebemos porque ha dôr.
Mas de um e de outro vinho nada resta.
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