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La cortina roja y después azul y luego roja y de nuevo azul y roja y azul y roja y azul. Tu cara tan roja y azul, roja y azul; los colores detenidos en tus pestañas acompasados de ese espantoso chirriar de dientes de cada noche. Las sirenas apagadas y la luz escandalosa perforando la tela barata y percudida. Algún día soñé con cortinas verdes de terciopelo sobre otras de esas que tienen hule negro y no dejan filtrar la miseria. Después olvidé lo del terciopelo cuando supe que lo de las princesas y los palacios son cuentos europeos. La cortina ahulada no me parecía tan improbable hasta que llegamos aquí.
La luz es lo de menos. Me pregunto cuándo se terminarán tus muelas. Cuándo tus preocupaciones se habrán desgastado del todo para darle serenidad al jugueteo de tus mandíbulas. Me siento en el antro del terror: Las luces alternando y tú en un constante ñiii ñiii ñiii, al que sólo le pongo una melodía por encima que voy tarareando con la imaginación. La luz se mete a mi vaso de agua del velador. Pienso que es un trago exótico rojo grosella, azul arándano. Rojo con vodka, azul con ginebra, red bull, blue blues, rouge, bleu, cócteles secretos de la felicidad adolescente. Mi bicolor de la primaria: ese antipedagógico lápiz de dos puntas. La bandera gringa llena de estrellas que convierto en balazos. Blue pill, red pill. Las cápsulas bajo tierra. Un chirrido de muelas rojo. Otro azul.
Rojo, calor. Azul, frío. Ayer rojo. Tu pelo rojo en bucles sobre mi cara. Hoy azul. Tu sudadera azul con la que duermes desde que en esta cama empezó a sentirse frío, mucho frío. Escucho pasos en la escalera. Al menos hoy has dormido, plácido, tranquilo. Y yo siento una angustia roja en el pecho y una culpa azul. Tocan a la puerta. Me gusta verte dormido y alumbrado alternadamente por mi traición. Te ves hermoso y tu expresión cambia según sea rojo o azul. Te prefiero en rojo porque siempre me ha parecido que tú eres rojo. En cambio deberías ver mis manos qué bonitas se ven con el azul cuando acaricio tu cara despacito.
Me levanto de la cama y cuando estoy abriendo la puerta, tú estás abriendo los ojos. Entre sueños escuchas que vienen por ti. Afuera la patrulla espera. Mis ojos azules se conmueven y tus ojos rojos me miran llenos de ira. Revuelven todo. No encuentran nada, pero te llevan detenido.
Mañana no estaré aquí. Lo primero que haré con el dinero de las pastillas será comprar una cortina nueva, ahulada, que no deje pasar el frío, ni el recuerdo bicolor.
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