Sábanas en invierno
Lo siento, tuve que hacerlo. Desnudé la cama para que se muriera de vergüenza y dejara de gritar a los cuatro vientos mi soledad.
No pude esperar a que las sábanas se secaran. Las puse ahí y con su azul de hospital me cubrieron el atardecer. En venganza las dejé absorbiendo el día triste con su pesada estela de suavizante. Y yo me fui porque esta casa se encoge justo a esta hora y debo elegir entre asfixiarme emparedada o bajar al centro y recoger los pedazos de mi rutina rota.
Me fui. Y no encontré las piezas que me hacían falta. Mi balcón que mira a la plaza ya no es mío y lo peor será ver caer desde ahí los sueños que construí.
Volví a casa cuando supuse que la asfixia me provocaría menos dolor y amordacé la cama con las sábanas verdes que son las que más odio. Es que si pongo las blancas me seducirán con su reflejo y me recordarán que no hay suficientes motivos para despertar. Fui espectadora del desfile que se llevó lo que más amaba. Ahora todo se ha ido y mis manos vacías intentan atrapar en el aire porciones de nada para construir un futuro a ciegas.
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