Tengo un problema grave. Cuando miro, pienso que automáticamente desaparezco. Es decir, que cuando miro ya no me miran. Es un problema porque entonces comienzo a mirar sin recato. Lo peor es que yo no me había dado cuenta, pero alguien que me observa observar a veces me da codazos para que deje de husmear qué pidió de comer el de junto, de qué hablan dos señoras que se encuentran o si el niño de la carriola se parece a la mamá, al papá o a ninguno. Suelo justificar mi descaro diciendo que por algo estudio antropología, para observar la conducta de la gente. Bah... pretextos del fisgón.
Mi perdición son los libros ajenos. Cuando alguien va con un libro no puedo evitar husmear qué lee a pesar de las contorsiones que esto acarrea. En el intento por alcanzar la portada con la vista intento adivinar qué lee. A veces acierto por mero prejuicio, estereotipo o color del ejemplar. Cuando no acierto me fascino. Gozo al ver a una vieja de aquellas que pasan los ojos despacio y van moviendo los labios leyendo a Paul Auster. Me encanta ver a un joven de estética más bien vulgar con un libro de Clarice Lispector. Y cuando miro a una chica hermosa, con brillante cabellera y ropa de marca leyendo a Bucay me regodeo con mi acierto y pienso en silencio “ya lo sabía, ya lo sabía”.
El otro día subió una mulata espectacular al metro. Todas las miradas masculinas se posaron en su trasero. Las masculinas y la mía, para qué lo voy a negar, si yo lo miro todo. La cuestión es que se sentó, sacó su libro y yo intenté descifrar qué era. No podía. Tenía el libro casi sobre sus piernas pero yo insistía porque además, por el trocito que se adivinaba de portada, era un libro de la colección Austral de Espasa Calpe, dato no baladí pues sacaba de golpe a los libros de autoayuda, los de moda y los técnicos. Supongo que la curiosidad tan bien alimentada me puso todavía más impertinente porque de pronto, la chica levanta el libro con snrisa de azafata, me muestra la portada, moviendo la boca dice el nombre del autor o del libro y vuelve a su lectura un poco incómoda. Yo no vi nada. No llevaba lentes y la vergüenza me nubló la vista y me enrojeció la cara. Ella ya no se dio cuenta porque con su dignidad lectora siguió con su libro y yo seguí con mi duda. A partir de ese momento empecé a ver los zapatos de la gente. También son lindos los zapatos. Viendo zapatos puede ser que sí desaparezca cuando miro así.
La chica bajó en la misma estación que yo con el dedo separando la hoja en que se había quedado. Me quedé atrás viendo su culo y viendo cómo le miraban el culo. A lo mejor era la primera vez que le miraban el libro con más interés que con el que miran su trasero. ¿La habré ofendido?
3 comentarios:
Debes de ser descendiente de Diaz Mirón,por fisgona y por la facilidad para las bellas letras.
Un beso enorme
El tio
definitivamente trastocaste el modo en que está acostumbrada a que la observen, Debe llevar años asumiendo la cuestión y para ella ya no signifique nada. Pero de ahí a saber que alguien se atreve a husmear también en su intelecto, debe ser algo incomodísimo.
saludos Bea!!
Oh si...
Después de tu "entrada" de Tatic y ésta (las únicas que he leido hasta el momento) voy a seguirte...
Publicar un comentario