Es normal que, vista la actitud que han tomado los miembros más mediáticos de la iglesia católica en cuanto a su intromisión en la política y en la economía —amén de los múltiples casos de pederastia—, un número cada vez más creciente de la población le tenga aversión a la jerarquía católica.
Desde los tiempos de Juan Pablo II aquellos que decidieron apegarse a un ejercicio religioso más social y más humano fueron marginados bajo la idea de que había postulados marxistas incompatibles con la doctrina católica. Los sacerdotes y monjas que se adhirieron al movimiento de la Teología de la Liberación y que postulaban que “la pobreza es un pecado social” fueron excomulgados en ciertos casos, pero sobre todo excluidos de la toma de decisiones y de los núcleos de poder.
El lunes nos dejó Samuel Ruiz, sacerdote destinado a una de las diócesis más pobres: la de San Cristóbal de las Casas. Tatic es el nombre cariñoso y de respeto con que lo llamaron los indígenas chipanecos. Tatic Samuel además de una persona entrañable e inteligente, fue un mediador fundamental en el conflicto del EZLN porque conocía el terreno y las demandas de los oprimidos y porque trabajó día tras día para mejorar las condiciones de vida de los indígenas y denunció sin temor los abusos que la economía de mercado provoca entre la gente del sureste de Chiapas. Él supo mediar incluso entre conflictos interreligiosos pues más allá de un credo, Samuel siempre tuvo claro que sólo había una opción: la opción por los pobres. La jerarquía católica tendría mucho que aprender de Tatic, pero ya está visto que sus intereses poco tienen que ver con el compromiso social. Queda entonces, en la sociedad civil, creyentes o no, continuar con su legado.
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