A veces admiro a los científicos que no pueden implicarse sentimentalmente con sus moléculas, a los matemáticos que no se ven reflejados en una ecuación cualquiera, a los químicos cuyas fórmulas no les escupirán verdades sobre su vida diaria.
Y se supone que los "científicos sociales" (whatever that means) deberían tener esa crítica distancia con su objeto de estudio. Sobre todo yo debería tener esa muy crítica distancia para no sobreponer los dos planos de mi escritura que decidí divorciar por razones que sólo yo entiendo.
El problema es que en vez de leer a Giddens y tratar de razonar sobre el término de "amor confluente" termino escribiendo poesía detrás de las fotocopias.
La poesía nunca me dio un término tan preciso para nombrar esto que uno siente cuando el romance es sólo un referente sostenido por álbumes de fotos.
La reflexión sociológica giddensiana me arroja verdades que habilmente me ocultó la poesía con su necia intensidad.
¿Podré sustraerme el gen de la dispersión algún día?
Lo dudo pues aunque no quiera, soy un sujeto posmoderno lo mismo para actuar, que para pensar, que para "amar" o como diablos se le llame a este ejercicio libre, voluntario, fragmentado y multisituado.
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