Con este olor y esta música no hay más opción que ovillarse en un recuerdo. Ovillarse implica tirar del hilo y observar cómo los recuerdos agradables rara vez vienen solos, siempre traen de la mano a su amigo tarado, a ese que sale haciendo cuernos en las fotos, a ese típico imbécil que te saluda diciendo "¿hace cuantos kilos que no nos vemos?", a ese que te hizo perder el tiempo contándote un mal chiste mientras veías cómo otra se ligaba a tu sujeto del deseo.
Entonces, cuando tienes humo en la boca, empiezas a enredar y a enredar con los índices hasta formar enormes y despeinadas madejas de absurdos que van y vienen en el tiempo sin ninguna compasión. Cuando ya tienes suficiente material cortas el hilo con los dientes porque no tienes ni idea de en dónde dejaste las tijeras.
Conoces de sobra la calidad del hilo, tomas tus dos agujas de vudú y empiezas a tejer una bonita chaqueta mental, de esas que caen sobre los hombros como si fueran armadura de la Edad Media, de esas que te confeccionas un domingo cualquiera por la madrugada cuando no hay nada por la TV.
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