Requiem por un pañuelo
He dejado de pasar los días y ahora son los días los que me pasan por encima. Por suerte son cada vez más breves: duermo más y nos quitaron una hora.
A las cinco y media el día se asimila a mi ánimo y ya se queda así: todo oscuro, con la luz (artificial) necesaria para no irme (lanzarme) de bruces. Lo terrible es que esto no se atreve a convertirse en un agujero negro. Es sólo una bruma, un montón de moscas revoloteando sobre mi ánimo, un paseo con los zapatos llenos de caca.
Siempre he tenido unas depresiones muy mediocres, muy idiotas, muy adolescentes.
No queda bien ser un emo al borde de mi 32 cumpleaños.
No queda bien el puchero, el lamento quedito, el berrinche asomado.
Entre más me odio, menos ganas tengo de dejar de odiarme.
Y como siga así, el segundo acto no tendrá más que el mismo monólogo con distinta escenografía.
Me digo que no vale la pena... pero no me lo creo.
Hace mucho que no me creo nada.
Pero nada de nada ¿eh?
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